Iba caminando rumbo a la casa después de hacer mi último rondín por la agencia del Ministerio Público, cuando se me emparejó una camioneta blanca con batea. Por la ventanilla baja vi al Comandante, que sólo me dijo “¡Súbete!”
Hombre de cara hosca, de pocos amigos, autoritario y también de pocas palabras. Me dijo que estaba dolido por la muerte de su hermano y que también le dolía la tranquiza que le ponía en el periódico, tan así, que las lágrimas escurrían por su cara, y me hizo entonces una pregunta: “¿Somos o no somos?”
No sé cuál hubiera sido la reacción de usted si le hubieran lanzado ese enunciado, pero en mi cabeza sólo bullía una palabra: Es un palíndromo. Ante mi silencio, me volvió a preguntar: “¿Somos o no somos?” lo que me sacó de mi ensimismamiento y respondí: “Somos”. Su mano chocó con la mía.
III
Conocí a Daniel Ramírez Castellanos y Ricardo Romero Vergara. El trabajo de éstos para con la sociedad era para quitarse el sombrero, pero para con su personal, uno no sólo se descubría la cabeza, sino que también se ponía de pie. En lo particular, me gustaba convivir con la policía municipal no sólo por la camaradería que ahí reinaba, sino porque Romero Vergara, inspector de Policía, era un investigador nato y a la vez, echado p’adelante… no sabía rajarse y se aprendía mucho de él. Por estos elementos de Seguridad Pública y Policía Municipal entendí en mucho la labor de sacrificio que un guardián del orden hace no sólo por la sociedad, no para sí, sino también para con su familia.
¿Tuve desencuentros con otras policías? ¡Claro! Intimidación, persecución, hostigamiento… pero me quedo con los buenos recuerdos de una buena policía, o mejor aún: de unos buenos policías.
IV
Si hubo secretarios de Seguridad Pública nefastos, es seguro que la percepción que nos dejó Arturo Bermúdez Zurita haya borrado de tajo su recuerdo.
Cuando refiero “percepción” trato de abarcar no sólo su comportamiento regular cuando se desplazaba por la ciudad con aparatoso equipo de seguridad en personas y vehículos, sino también los delitos que le imputan.
Alguna vez tuve ocasión de entrevistarlo y me cayó bien, a lo mejor porque llevaba un ritmo de pregunta-respuesta que lo hacía sentirse cómodo, ligero, salvo por una pregunta que le hice y que no quiso responderme ante el nerviosismo de quien en ese entonces era creo su jefe de prensa. Tuve que hacerle otra pregunta.
V
Hoy, tiene rato que vivimos con una de las peores pesadillas que se recuerde en la historia de Veracruz… si los pozos artesianos del Toro Gargallo me espantaban en mi juventud, hoy, las fosas con cientos de restos humanos impregnan terror.
Cuando supe de la noticia que hace unos días dio el Fiscal Jorge Winckler, dos ideas cruzaron por mi mente: esperanza y gratitud.
Esperanza, por aquellas familias que llevan años buscando a un padre, madre, hijo, hija, cuyo hallazgo represente el sosiego de sendas almas… la del que busca, la del que es encontrado.
Gratitud, pero no al Fiscal Jorge Winckler, sino a cada uno de esos peritos, de esos fiscales, de esos policías que, en el campo, en el terreno, quieren más que trabajo, entregar un nombre, una persona, para concatenar hallazgos con sosiego.
Que hay quien politice o quiera llevar agua a su molino, es seguro que los habrá, y en cualquier bando… aunque de una cosa estoy seguro: la mayor parte de los veracruzanos busca que pronto acabe esto…
Y la pregunta que le hice a Bermúdez fue: “¿Has matado a alguien?”
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