Por estos días, recordamos la masacre estudiantil de hace cincuenta años. Incluso quienes están muriendo como consecuencia de temblores y huracanes que derrumban construcciones mal hechas o mal asentadas, infladas en costos, o con matanzas colectivas u hormiga de las que nos enteramos en nuestros días, gracias a tantos “camajanes” como los bautizó recientemente el Peje y que hay por todos los gobiernos del país.
Dice el diccionario que en Cuba se identifica a los “camajanes” como holgazanes que se las ingenian para vivir a costa de los demás o a los que con astucia sacan provecho de determinadas situaciones.
Por todo lo anterior ahora que tenemos un nuevo gobernador que asumirá el cargo en diciembre, vale ir anticipando la enorme responsabilidad que significa esa tarea:
Una noche, desde la soledad de su discreta casa de la calle Jacarandas en Las Ánimas, Don Agustín Acosta Lagunes, el que mejor tarea realizó de entre los mandatarios contemporáneos, escribió la siguiente reflexión:
"La palabra gobernador se pronunciaba en mi casa con genuflexiones en la voz. Gobernar era convertirse en mago, constructor, en hacedor. La palabra gobernador y la palabra Dios se me confundían en mi mente infantil.
"Dios era el creador de todas las cosas, pero los gobernadores eran los que hacían la paz, las carreteras, los puentes, las escuelas, las presas y estadios.
"En todo caso, el gobernador era alguien con poderes sublimes que podía utilizar para hacer producir la tierra, para establecer la concordia, para ayudar a los niños, a los ancianos y a todos los veracruzanos".
Ahí tiene el joven Cuitláhuac un ejemplo para hacer su tarea, reparar in justicias y corregir entuertos. ¡Basta de camajanes!
Tenga el lector paz y armonía en su hogar.
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