En los dieciséis libros escritos en el curso de treinta y un años, de 1986 al 2017, expone la base ideológica del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y define la línea política, económica, social, cultural, religiosa, científica y tecnológica del país.
En las dos campañas consecutivas en busca de la gubernatura de Tabasco, de 193 a 1994, perfila las ideas básicas que intentaría realizar en el caso que ganara.
En los dos períodos por obtener el triunfo en las elecciones presidenciales del 2006 al 2018, anuncia la disposición de sacar de la residencia oficial de Los Pinos al Partido Revolucionario Institucional (PRI), para contener el avance de la corrupción institucionalizada.
Y en la contienda que lo ubicaría en la Jefatura del Ejecutivo Federal del 2018 al 2024, reitera las ideas principales de los argumentos expuestos en pláticas informales, entrevistas, foros, debates y discursos, realizados en el transcurso de los últimos treinta y dos años de intenso y desgastante trabajo político de 1986 al 2018.
Andrés Manuel López Obrador sabe perfectamente hacia donde dirige sus pasos y tal vez uno que otro de los cercanos compañeros migrantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Resulta paradójico que activistas en la aventura electoral, senadores, diputados federales, gobernadores, diputados locales, presidentes municipales, síndicos, regidores, agentes municipales y aliados en tareas administrativas, ignoren de manera deliberada o de forma accidental, el pensamiento y las acciones de un hombre que ha demostrado con pelos en la mano lo que significa hacer política en serio y política de a mentiras.
Ejemplos de su sentido de organización sobran.
Durante más de tres meses recibió cursos de capacitación en Huayacocotla, municipio ubicado en las estribaciones de la Sierra Madre Oriental del norte de Veracruz, para ocupar la delegación del Instituto Nacional Indigenista (INI) y la coordinación estatal del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar), en Tabasco.
El hecho de que en su gabinete incluya a buen número de mujeres y hombres, habla mucho de su orientación social, pero hace énfasis en la selección de servidores públicos cuajados en conocimiento, sobrada experiencia, oficio político y un ligero toque empresarial.
Las designaciones de la secretaría de Gobernación, Olga Sánchez Cordero; del secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón; del director general de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), Manuel Bartlett Díaz; del jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo Garza; del secretario de Educación, Esteban Moctezuma Barragán; de la subsecretaría de Gobernación, Tatiana Clouthier Carrillo y del director general de Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex), Ignacio Ovalle Fernández, demuestran la habilidad del hombre que sabe lo que es estar arriba y el estar abajo, el tener poder y el no tener, el saborear el triunfo, pero también paladear la derrota.
El combinar las nuevas con las viejas generaciones significa afianzar el presente y mirar al futuro, preparar cuadros, adiestrar militantes y eslabonar la cadena de la continuidad histórica.
Los resultados de este tipo de mezclas fortalecen o debilitan a instituciones, a partidos políticos y a responsables de cargos administrativos o de elección popular.
Leamos el por qué.
El gobierno de Fidel Herrera Beltrán se rodeó de amigos y jóvenes, pero no con la idea de preparar a las futuras generaciones de servidores públicos, sino con el propósito de explotar y manipular al máximo la inexperiencia de colaboradores.
El adicto a las ciencias ocultas le molestaba la corrección de sus órdenes, las cuales debían realizar al pie de la letra dictada, aunque fuesen erróneas.
Y por la misma ruta se condujo Javier Duarte de Ochoa, el más destacado y brillante de sus alumnos, colérico, explosivo, emocionalmente inestable, rencoroso, lleno de basurillas mentales.
La dupla funcionó por la simpleza de padecer la misma enfermedad. Su origen los atormentaba, la manera en que escalaron posiciones políticas y trabajos administrativos, no los dejaba respirar. Actuaban guiados por el instinto, no por el razonamiento.
Y el gobierno veleidoso de Miguel Ángel Yunes Linares no se quedó atrás. Autoritario, impositivo, propietario de la más pura de las verdades. Siempre tenía la razón de su lado, la mantenía secuestrada de por vida.
Los tres, sin proponerse, documentaron con amplitud el arte de hacer política y la aplicación de la ciencia financiera, pero no en sus cuentas personales o inversiones bancarias, sino sobre los recursos económicos provenientes del erario público.
En el gobierno de Veracruz, iniciado el primero de diciembre del 2018, destaca la presencia de más jóvenes promesas que de auténticos veteranos de la guerra electoral o de lucha administrativa.
Gobernar con amigos es bueno, alienta confianza, pero con expertos propicia la solidez de la eficiencia, enmarcada por el conocimiento.
Entre Manuel López Obrador y Cuitláhuac García Jiménez, existe la distancia de la profesión, de la edad, de militancia, del coraje y de la tenacidad, pero también eso que algunos llaman disciplina, institucionalidad y liderazgo.
Más vale un grito a tiempo que mil después.
López Obrador ha sido lo suficiente claro: sumar no restar, multiplicar no dividir.
La línea política del jefe del Ejecutivo Federal es más clara que una copa con aguardiente de noventa grados de caña de azúcar. Respetar y cumplir las indicaciones de López Obrador es la mejor forma de apoyar la causa, para sacar al estado y al país de la barranca.
En el turbio negocio de la política todos son necesarios, pero ninguno imprescindible.
Ay de aquellos que por soberbia no quieran aceptar el mensaje. Ay de aquellos.
Punto.
Sólo para tus ojos . . .
Acusamos recibo de la obra “Verdugo”, escrita por la periodista Ana Lilia Pérez, en el cual expone que anualmente más de 470 miembros del ejército mexicano ingresan en hospitales por diagnóstico de enfermedades mentales. Muchas gracias.
carlos.lucioacosta@rocketmail.com
|