En noviembre del año pasado, en el portal La Otra Opinión de Ricardo Alemán se publicaron fotografías de lo que calificaron como “La ostentosa casa de Olga Sánchez Cordero” y el reportero Josué Eduardo Gómez López ofreció detalles con base a una entrevista que ella había concedido al sitio web RSPVonline en 2012.
“Este es mi hogar, donde todos convivimos como familia y recibimos a nuestros invitados, es mi familia la que permanentemente entra y sale. Vivo aquí con mi esposo, Eduardo (García Villegas), tenemos tres hijos, casados, y a su vez con hijos”, declaró entonces.
La entrevista concedida a RSPVonline detallaba que la casa de la exministra está decorada con magníficas piezas de obras de arte, sillones, salas y sitios exclusivos, nada modestos.
El 30 de enero pasado, cuando vencía el plazo para que todos los servidores públicos presentaran su declaración patrimonial y de intereses ante la Secretaría de la Función Pública (SFP) porque si no no podrían trabajar en el gobierno, según advirtió AMLO en su conferencia mañanera, la señora Sánchez Cordero lo hizo de último minuto, a las 22:00 horas, porque se había venido resistiendo a hacerlo y hasta se llegó a manejar que tenía serias diferencias con López Obrador a causa de ello.
Aunque ese día a través de un comunicado, el equipo de la funcionaria señaló que “por instrucciones del Presidente de la República, la secretaria de Gobernación ministra en retiro Olga Sánchez Cordero solicitó a la Secretaría de la Función Pública hacer pública su información relativa a los datos patrimoniales contenidos en su declaración”, el diario La Jornada documentó que en el portal DeclaraNet el espacio de la señora mantuvo las leyendas “El servidor no aceptó hacer públicos sus datos patrimoniales” y “No estoy de acuerdo en hacer público mi posible conflicto de intereses”.
Tampoco entonces autorizó que se diera a conocer el saldo de tres cuentas bancarias, una de inversión y otras de instrumentos financieros que no especificó.
Ayer finalmente se puso en claro que hizo su declaración a medias porque ocultó datos. El diario Reforma le agarró los dedos de la mano con la puerta al pillarla que no declaró que posee un penthouse en Houston, Texas, desde 2009, con valor actual superior al medio millón de dólares, unos 11.1 millones de pesos mexicanos al tipo de cambio de hoy.
El rotativo dio pelos y señales con documentos fehacientes obtenidos por su corresponsal en Washington, José Díaz Briseño, que no dejaban lugar a ninguna duda.
Ella había declarado ser solo propietaria de un terreno rústico de 380 mil metros cuadrados, que en 1992 le costó 90 millones de viejos pesos (¡fiuuu!), y un departamento de 318 metros cuadrados que compró en 2004 y que reporta con un valor de 2.7 millones de pesos.
La repercusión inmediata no se hizo esperar. Llenó todos los espacios periodísticos del país y tuvo resonancia en agencias informativas y medios del extranjero. Ante el escándalo se convirtió en el tema dominante de la conferencia mañanera de López Obrador. Ella se concretó a echarle la culpa a la Secretaría de la Función Pública de haber omitido la información del penthouse, pero la dependencia se deslindó y aclaró que son los propios funcionarios públicos quienes suben su declaración patrimonial a la plataforma DeclaraNet, así como la posibilidad de reservarlos. En la conferencia ella se negó a responder preguntas.
Lo ocurrido golpea seriamente no solo la credibilidad de la funcionaria sino del propio gobierno al que sirve y aunque la señora hizo su patrimonio antes de que ocupara el cargo (de todos modos sería saludable que aclarara cómo, así como también su esposo, porque se defendió diciendo que juntos han hecho lo que tienen con trabajo), su imagen queda seriamente dañada por la falta de transparencia en un gobierno que se dice transparente y que, como comenté ayer, proclama que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre.
Es más que evidente que la funcionaria no es millonaria sino multimillonaria y si bien sería irresponsable decir que su patrimonio no tiene un origen claro, si ella argumenta que con su esposo han trabajado 100 años, 50 ella y 50 él, sabiendo el discurso de López Obrador a favor de los pobres, no tenía por qué haber intentado ocultar su riqueza puesto que la hizo antes de ocupar el cargo, lo que seguramente ni siquiera se le hubiera reprochado y se hubiera reconocido su sinceridad, pero si todo lo tiene en orden, entonces no se explica porque intentó ocultar lo de su penthouse.
Ayer se advertía furiosa en la conferencia y hasta acusó al reportero de falta de profesionalismo porque no le pidió su opinión antes de hacer la publicación, lo que (lo digo como periodista) no era necesario puesto que Díaz Briseño tenía las pruebas documentales obtenidas en sitios oficiales. Su trabajo de investigación fue impecable.
Hasta ahora, aunque muy temprano, es el más severo golpe al gobierno de la Cuarta Transformación, pues el trabajo periodístico sembró la duda o la sospecha en quien tiene la palabra, su palabra, como el valor más preciado para desarrollar su trabajo porque obligadamente tiene que hacer uso del diálogo, de la negociación y del convencimiento para lograr acuerdos, para llegar a arreglos, y qué autoridad moral le puede dar fuerza si fue exhibida públicamente como alguien que evadió la verdad y optó por el camino de la opacidad.
Creo que ella era, de todos los funcionarios, quien mejor imagen tenía y ofrecía. No se ve cómo va a reparar la grave falta si tomamos el ejemplo de Peña Nieto y su entonces esposa a quienes también un impecable trabajo periodístico de investigación los delató con la presunta compra de una casa blanca que acabó muy pronto con la credibilidad del priista y que lo ubicó como un corrupto más. No es el caso de doña Olga, pero ¿por qué intentó ocultar el penthouse?
Anoche cuado cerré la redacción de esta columna, ya cerca de las 22:00 horas, el diario Reforma informó que pese a que ella había ordenado hacer público lo del penthouse, seguía sin aparecer en la plataforma DeclaraNet, que es administrada por la Secretaría de la Función Pública. |