El 22 de abril próximo, dentro de un mes, se cumplirán 5 siglos de que se fundó el puerto. Es una gran oportunidad si no para una celebración si para una conmemoración.
Confieso que soy de los que se preparó para ir a celebrar la conmemoración, el gran acontecimiento, en medio del esplendor de la pompa y circunstancia que, supuse, revestiría el festejo porque lo encabezarían el presidente de México y el Rey de España.
Es más, me hice a la idea de que prácticamente todo el año habría eventos de relevancia, lo mismo artísticos que académicos, en general culturales, que me llevarían a ese rinconcito donde hacen su nido las olas del mar.
Y cuando menos lo esperaba, casi en la antevíspera, que sale el presidente Andrés Manuel López Obrador a aguar al festejo, que yo, y seguramente miles de veracruzanos, esperábamos.
A su exigencia de que el monarca español se disculpe por los abusos de la Conquista hace 500 años sumó luego el anuncio de que no participará en ningún festejo hasta que no se resuelva su petición. Y si él no lo hace, nadie más de su gobierno y del gobierno del Estado lo hará.
“Desde luego, todos los mexicanos somos libre, pero yo represento al Estado Mexicano y no puedo participar en festejos en estas fechas en tanto no aclaremos lo fundamental y se llegue a un acuerdo de reconciliación”, manifestó en su conferencia mañanera del martes.
El gobierno español le respondió “con toda firmeza” que no habrá disculpa, luego entonces no participará en ningún acto alusivo a la fecha.
Creo que una cosa es la Conquista, sus atropellos y también sus aportaciones a lo que hoy es nuestra nación, y otra el acontecimiento histórico de la fundación del puerto.
Dadas las cosas como están, todo ha quedado limitado a un festejo doméstico: el que organice el ayuntamiento local, pero sin la presencia presidencial, menos real, e incluso la del gobernador.
Debimos oler algo de lo que iba a pasar desde que ni la secretaria de Gobernación ni el secretario de Relaciones Exteriores viajaron con tiempo al puerto para empezar a organizar la visita del Rey y de los jefes políticos del continente, que se supone que serían invitados y que vendrían.
Más allá del aspecto oficial que rodea el caso, me pregunto las repercusiones que en lo político tendrá en el puerto para Morena la decisión presidencial, porque el jarocho se guisa aparte y para nada me extrañará que sienta un agravio que se le deje solo ante un acontecimiento de gran envergadura que merece toda la atención oficial.
El jarocho, digo, se guisa aparte, que, como bien cantó Agustín Lara, sabe sufrir y cantar, esto es, que en última instancia no necesita que un gobernante lo apoye para hacer su festejo al que seguramente le pondrá alma, corazón y vida, como dice la letra de otra ocasión, esta del trío Los Panchos.
Prueba de lo anterior es que en forma lamentable el Carnaval se politizó, un festejo que es del pueblo, parte de la cultura popular del veracruzano, el gobierno del Estado no apoyó económicamente y sin embargo fue un exitazo si se mide por la masiva concurrencia que atiborró los desfiles de los carros alegóricos.
Cualquier acto conmemorativo y/o festejo que organice el ayuntamiento, independientemente de que tenga un alcalde panista, seguramente tendrá la participación del pueblo, que no ve en una fiesta colores, siglas, que siente y vive la música, que canta, que participa lo mismo en una mesa de debates que en una conferencia, en la presentación de un libro que en un desfile, etc., y que seguramente no va a dejar pasar fecha tan significativa ligada a la historia misma del puerto y de la ciudad, de su ayuntamiento.
Puede que el pueblo jarocho no le dé importancia a la falta de apoyo o a la ausencia de las máximas autoridades en un acontecimiento cuyo simbolismo, su importancia, solo tendrá una relevancia similar dentro de otros 500 años, cuando se cumplan 1,000, pero puede también que no lo perdone.
La decisión oficial tiene otras repercusiones: baja las expectativas de los potenciales visitantes que seguramente ya no vendrán y menos los representantes de misiones oficiales que hubieran llegado por obligación si se hubiera formalizado un acto del gobierno mexicano.
Afectará, pues, la economía local y regional, porque de otro modo hubieran estado llenos los hoteles, los restaurantes, los cafés, los negocios de artesanías; hubieran salido beneficiados todos los prestadores de servicios turísticos, con la gran ganancia que se hubiera obtenido con la promoción gratuita que hubiera recibido el puerto.
En mi caso, decía, me hacía asistiendo a la presentación de libros sobre el tema, escuchando a los cronistas en mesas de trabajo o en conferencias, visitando exposiciones fotográficas especializadas, asistiendo a espectáculos musicales preparados para la ocasión, degustando la gastronomía veracruzana, bailando danzón en el Zócalo, salsa en los antros, echándome unos rones en los portales (soy de los que va a los portales, un lugar de tradición ciento por ciento) para mitigar el calor y el ajetreo que provoca el ambiente porteño, disfrutando la hospitalidad de los anfitriones, buenos amigos, buenos compañeros.
Porque todo eso es posible en Veracruz, que de todos modos, estoy seguro, festejará aunque hubiera estado mejor si el gobierno hubiera decidido participar al margen de si venía el Rey, el Papa o Juan de las Pitas, sumarse al pueblo que aceptó al pueblo español, que se fusionó con él, que asimiló su baile (si alguna vez ha estado en Sevilla y ha visto a sus bailadoras no extrañará a las jarochas) y que le dio una gran acogida, en apoyo al presidente Lázaro Cárdenas, el 7 de junio de 1937, a los niños expulsados por la Guerra Civil española, que nosotros bautizamos como los Niños de Morelia y que contribuyeron a enriquecer, con el paso de los años, la vida de México.
Me quedo vestido y alborotado en cuanto al gran festejo oficial que esperaba, pero lo compensaré yendo a convivir, como siempre, con los amigos que ahí tengo, que no son pocos.
El gobierno de Morena pasará a la historia como el gran ausente. Los descendientes de quienes ahora gobiernan acaso algún día no pedirán sino que ofrecerán disculpas, sin que se las pidan, por lo que hicieron sus mayores, sus (para entonces) antepasados. |