Si no le echara usted la culpa de todos los males de su gobierno al Fiscal General, Winckler y con él a su patrón, Miguel Angel Yunes y al propio Javier Duarte en prisión, tal vez gozaría del respaldo y credibilidad de las mayorías hoy cansadas de escuchar repetidos sonsonetes.
Si no estuviera en riña permanente con los representantes de los medios de comunicación a quien odia usted por no aplaudirle y censurarle hasta su modito de andar, la opinión pública tendría otro concepto de usted.
Y si no anduviera de chistorete con su “sabadaba”, la “vitacilina” para los ardidos, el “lástima margaritos” o el ya se chingaron porque la “Cuarta Transformación llegó para quedarse, nos guste o no”, tal vez los veracruzanos como uno solo, le entregaríamos nuestro incondicional apoyo.
Sin embargo, no es así.
Con cero acciones de gobierno se ufana usted de la nada. Con sospechas de corrupción y claras pruebas de nepotismo presume una transformación que no llega y acusa a la “sinrazón de sus críticos” de coraje porque haber estudiado en una escuela pública o porque proviene usted de las capas sociales inferiores.
Bien se dice que quien olvida la historia corre el riesgo de vivirla dos veces.
Olvida, señor gobernador, acaso de manera intencional, que un indio de Guelatao nos gobernó, que un jornalero encabezó la revolución del sur y que un hombre humilde de Jiquilpan fue el mejor presidente que ha tenido México.
Y que para llegar a lo que hoy se presume como la Cuarta Transformación hubo que vivir otras tres transformaciones que gestaron analfabetas, autodidactas, curas, liberales, revolucionarios y priistas, no priistas o expriistas.
El propio Andrés Manuel López Obrador, quien hoy se autoerige como cabeza de la “Cuarta Transformación” sin siquiera estar titulado, fue un fiel servidor del sistema a través de su filiación priista.
Esa es la realidad que no se puede esconder a través de una cenita de tacos de tripa o una salsa de las que baila usted los sábados. Esa es la realidad que no se puede justificar con corajes, su mal carácter, o los malos humores y señalamientos abusivos como aquel de que los periodistas lo “torpedeamos”.
Hechos son amores y no buenas razones, señor gobernador.
Necesario recordarle que los críticos de la política y de los medios de comunicación de la fidelidad, del duartismo y del yuneslinarismo, son los mismos que hoy observan los destinos de su gobierno.
La cauda ciudadana de opositores a su estilo de gobernar no es invento de Yunes o Duarte. Ya estaban desde que usted animaba los mítines vestido de bufón.
Los críticos, necesario insistirle, son el espejo del poder que habrá usted de tener presente cuando en unos meses se vaya a su casa o a un empleo federal lamentando no haber podido comprender la magnitud y el honor que representa servir, un minuto, una hora, un día… un sexenio, desde el máximo cargo de representación popular a un pueblo de ocho millones de habitantes.
El ¡Lástima, Margarito! habrá de ser su epitafio, señor gobernador.
Tiempo al tiempo.
*El autor es Premio Nacional de Periodismo |