A un año de la elección hay quienes siguen eligiendo la derrota como forma de gobierno, extrañan el yugo y añoran la corrupción. Desde luego que, para poner orden en una casa lleva tiempo, el desorden era grande, inmenso; sin embargo, a los siete meses de gobierno y al año de la victoria electoral, los desesperados quieren cambios radicales que nunca exigieron a otros presidentes. Les temían.
Ahora que el respeto es evidente, ahora que se han despojado del miedo a ser desaparecidos ante la protesta airada, quieren cobrar facturas por los platos rotos de todos los gobernantes anteriores al actual gobierno.
La libertad se abre y quienes la ejercen primero son los que quieren experimentar el sabor de la disidencia que siempre guardaron silenciosos en su pasividad. Ahora, las calles están abiertas a la disidencia y son habitadas por los inconformes. Tienen razón para estar descontentos ante la intención de centrar como objetivo principal de las acciones de gobierno a los pobres, olvidados por años, siglos de regímenes prácticamente coloniales.
Negarse al cambio es anclar en el pasado los intereses que se ven perdidos. Es necesario ver al futuro para saber las razones por las que se protesta en el presente; sin embargo, las protestas son a veces tan irracionales como sus consignas que no dicen nada y lo único que muestran es un movimiento sin congruencia que viene a derivar en un berrinche social sin líder, ni partido ni objetivos.
El desamparo de esa sociedad que ahora protesta en las calles contra el nuevo régimen es evidente, porque está entrampado entre la necesidad de protestar porque así lo dictan sus intereses y la incapacidad de tomar un camino político que pueda satisfacer sus necesidades.
Están atrapados en el pasado del que se inscriben como nostálgicos y al que no quieren regresar, pero también se encuentran atascados en un limitado panorama de partidos políticos que ya no pueden ofrecer más de lo que dieron, y lo que dieron no pudo satisfacer a nadie.
Es decir, la inconformidad no tiene líder, carece de partido que pueda encausar las necesidades de un sector de la población que, si bien tiene una gran carga de resentimiento, no tiene una oferta política que pueda darle consistencia a la inconformidad, de ahí que las consignas suenen disparatadas ante una administración pública que ha sabido incursionar en la tolerancia hasta niveles insospechados.
En medio del caos que intentan algunos convertir en oposición, y los más optimistas en contrapeso, surgen estudios sobre la popularidad de Andrés Manuel López Obrador, elaborados por la empresa de Dionisio Morales, que goza de gran prestigio en el país, señalando que, al año de haber triunfado en las urnas, la aprobación de López Obrador se mantiene prácticamente sin cambios, ubicado en un 73 por ciento, por lo que el natural desgaste de gobernar no ha hecho daño al Presidente.
La fluctuación de las marchas de protesta es manejada con mucho dinero que no refleja la inversión en sus resultados; en cambio, en medio de la austeridad, la nueva administración no sólo conserva las simpatías de la gran mayoría de la población, sino que estas crecen.
Ante este otorgamiento de mandato, las marchas contra la actual administración, programadas para más de 40 ciudades en 32 estados sólo se llevaron a cabo en siete, siendo la más numerosa en la capital, en proporción al número de población.
Para el gobierno son bienvenidas esas marchas, porque de ellas se retoman inquietudes y necesidades y se desechan intereses y nostálgicas canonjías.
La gente, a favor o en contra, ve a un Presidente que por fin trabaja, que se levanta temprano y hace transparente todas sus actividades, las muestra a la población y las discute con la gente. Eso mueve opiniones a favor o en contra, pero a un año del triunfo electoral el balance es positivo. Ahora se hace campaña con acciones de gobierno y se trabaja escuchando a todos, incluso a las minorías que en domingo caminan por Reforma y en ese andar, desacostumbrados a trasladarse a pie, no saben cómo llegar al zócalo. PEGA Y CORRE. – La falta de democracia interna en el PRI forma parte de sus usos y costumbres, ahora, ante una derrota que lo coloca en la agonía, la organización sigue esa práctica como adicción, esta vez, Ivonne Ortega, denunció amenazas contra ella y su familia por parte de un exgobernador que apoya a su contendiente, Alejandro Moreno Cárdenas. Grave la situación en el PRI. Muy grave… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.
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