Se supone que para los actos de culto para eso están los templos, pero es indudable e inevitable que el consumismo, impulsado más por las ventas nocturnas (aunque la gente comienza a comprar tan pronto abren los almacenes) y los buen fin, disputa fieramente la clientela a la Iglesia.
Mover las misas hacia esos modernos becerros de oro que son las plazas comerciales es ir a disputarle en su propio terreno al adversario la atención de sus feligreses.
Y por lo que se ve, lo hacen con éxito, con la ventaja de que en una zona tan calurosa como a la que me refiero el espacio tiene clima artificial, aire acondicionado, lo que da comodidad.
He llegado a pensar que ir en busca de los fieles de esa manera es algo similar a lo que hacen los miembros de otras religiones que van de casa en casa también buscando personas en plan sumatorio.
A esta reflexión me motivó un feliz acontecimiento que tuvo lugar el domingo pasado en la plaza comercial Plaza Ánimas de Xalapa donde para sorpresa de quienes ahí estábamos por la tarde, de pronto escuchamos –y supongo que muchos reconocimos de inmediato– cantos de la ópera Carmen, de Bizet.
En efecto, cuando nos asomamos y acercamos reconocimos de inmediato al tenor (y médico) xalapeño Armando Mora quien hacía una escenificación en un amplio espacio a un lado del área de comidas, con parte del elenco.
La piel se enchinaba de emoción con los agudos y los graves de la soprano lírica y de la soprano así como del propio Mora y hubo un momento en que en pleno siglo XXI nos trasladamos en el tiempo a la plaza donde tiene lugar el drama, en la Sevilla de inicios del siglo XIX.
Pero, de pronto, la aparición de Carmen, la gitana personaje central de la obra nos volvió a la realidad cuando de pronto irrumpió con su canto desde el fondo del área de comidas, que atravesó ante la expectación de todos.
Aquello era impactante. Pese al bullicio común de toda plaza comercial, en el área de la escena el silencio absoluto se imponía. Los comensales asistían a un acontecimiento que difícilmente olvidarán y los demás disfrutábamos, incluyendo niños y jóvenes, mientras seguíamos los movimientos y los desplazamientos de los actores.
Escuchar a Micaela (Claraliz Mora), quien está enamorada de don José (Armando Mora), a quien a su vez ha seducido Carmen (Gabriela Flores) y que luego lo rechaza para volcar su amor en el torero Escamilla (Gabriel Morera), lo que originará que don José la asesine, todo resumido en fragmentos en un domingo placero de ópera no es común aunque es posible que tal prodigio ocurra en Xalapa.
Lo acontecido me hizo recordar algo que presencié muchos años antes en la capital del Estado y que me sorprendió como pocas cosas en mi vida: la noche de un sábado en que un numeroso grupo de jóvenes rompió por la fuerza los gruesos cristales del Teatro del Estado para poner entrar a presenciar y escuchar la ópera Turandot, de Puccini.
Para esa ocasión los boletos de entrada se agotaron pronto y el día de la función muchos muchachos llegaron con la esperanza de entrar. Cuando vieron que el tiempo transcurría e iba a iniciar sin ellos empezaron a empujar los cristales, hasta que los rompieron. Por fortuna no hubo lastimados y nadie intentó detenerlos menos reprimirlos.
Esa vez a los organizadores no les quedó de otra más que permitir que los jóvenes se sentaran en los pasillos, amontonados todos, de arriba abajo y viceversa, de la sala grande. Yo estaba feliz por lo que veía porque antes solo había presenciado que irrumpieran de tal forma grupos de porros o vándalos en actos del PRI, cuando las famosas bufaladas.
Tanto amor y pasión por la cultura, en especial de los jóvenes, debía celebrarse. Me hablaba de la Xalapa culta, ajena, por fortuna, a sus políticos y a sus malos gobernantes, quienes además siempre le han hecho fuchi, guácala a ese tipo de manifestaciones, a las que no les dan apoyo ni les prestan interés.
Lo chistoso era que los boletos se habían agotado porque, promocionado como el verdadero acontecimiento que era, muchas señoras fifís habían decidido ir… pero para lucirse con vestidos y joyas.
Días previos me había tocado estar en una famosa boutique de la época, la de Homero Montano (creo que era de él), en el entonces Hotel Xalapa, viendo cómo no se daba a vasto complaciendo las más caras exigencias de las ricas señoras que pedían lo mejor, vestidos de 10 mil pesos (de los de entonces) para arriba, porque nadie quería verse menos.
Y en efecto, el día de la función, por momentos el hall y el mezanine del Teatro parecían una pasarela de modas.
En el intermedio, cuando bajamos a la sala de entrada donde vendían bebidas y algunos alimentos, me tocó escuchar a algunas ¡quejarse que estaba todo muy aburrido y muy largo! ¡Ya había pasado el rato del lucimiento personal y ya no aguantaban a Puccini!
Por eso me dio más gusto que quienes sí apreciaban la obra, los jóvenes, aunque fuera por la fuerza hubieran podido entrar.
Volviendo a lo del domingo pasado, me pregunto por qué no se repite e incluso se lleva a las otras plazas comerciales de Xalapa.
Debo aclarar que los fragmentos que vimos fueron parte de la promoción de Carmen. El espectáculo que se presentará los días 19 y 20 de este mes en Tlaqná, Centro Cultural, en la USBI de la zona universitaria, y que patrocinan conjuntamente la Universidad de Xalapa (estaban presentes sus máximas autoridades, Carlos García Méndez e Isabel Soberano de la Cruz) y la empresa Armando Mora Producciones. Para entonces habrá más de 100 artistas en escena.
Lector, fue algo diferente y tonificante, una verdadera bocanada de oxígeno ante el agobio que vivimos a diario por culpa de nuestros políticos y gobernantes. Con mi reseña y mi comentario te lo comparto. |