Lo anterior ha signado una dinámica basada en la diatriba, por una lado aparecen los críticos inexorables y por el otro unos apologistas irracionales. Los adjetivos calificativos avanzan a partir de que quienes administraron en el pasado, sienten que ellos sí sabían, y los nuevos se autoproclaman un hálito de pureza -consideran- que vale más a veces que la propia técnica y pericia administrativa.
Entre esas dos lecturas, hemos dejado de apostarle al “justo medio” en el cual se busquen personas con probada solvencia moral a la par de sus capacidades gerenciales, a partir de que en caso de carecer de una de las anteriores características, como país estaremos lacerando nuestras capacidades de avance, afectando esencialmente a nuestros sectores populares.
Ello, a partir de que todo cambio de régimen o transformación histórica genera ciertos reacomodos, más, cuando en este país si bien contaba con una inercia relativamente estable en términos macroeconómicos, también es cierto que en la parte de corrupción y Estado de derecho es profundamente deficiente.
Y al ser el derecho la artería por la cual adquiere validez el Estado, el propio pueblo pidió un sorbo de oxígeno con el cual se saldara la discrepancia erigida sobre una desigualdad que campea en la extensión de nuestra geografía nacional.
Ante ello, recobrar la visión de justicia es un hecho que no podemos olvidar, pensamos que de forma automática los procesos de integración económica a través del Tratado de Libre Comercio, nos moverían de la vía del subdesarrollo a la del desarrollo, pero ese paso místico, requiere la generación de un lenguaje inclusivo de toda la demografía del país, dejar de emitir planteamientos insensibles, como que la gente es pobre, porque es floja.
El Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) en el reporte “El México de 2018. Movilidad social para el bienestar” mostró que siete de cada 10 mexicanos que nacen en familias ubicadas en la parte más baja de la distribución del ingreso, no logrará salir a lo largo de su vida de la pobreza. El informe destaca que con el ritmo de crecimiento de la economía de las últimas dos décadas, el ingreso promedio de la población tardará 70 años o más en duplicarse.
La situación de la movilidad social en México se resume de la siguiente manera: “quienes nacen pobres se quedan pobres y quienes nacen ricos se quedan ricos” en Estados Unidos cuatro de cada 10 que nace en la parte más baja del ingreso se quedan ahí, mientras en países como Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega, que se caracterizan por la construcción de estados de bienestar con sistemas universales, la relación es de tres de cada 10.
“México es una sociedad donde las condiciones de origen determinan las opciones de logro de las personas”, dijo Roberto Vélez, director ejecutivo del CEEY. En lo particular me niego a creer que no podamos cambiar esa condición, de tal suerte que esta gran coyuntura nacional la debemos utilizar para romper ese ciclo.
Pero para ello, hay que dejar la nostalgia del pasado, y ver con optimismo el futuro. Ya que un Estado se mantiene pobre, cuando su clase política es pobre de ideas, y nuestro país aspira a romper ese ciclo.
Recordando:
Este año fue súper grato compartir los jueves de cada 15 días panel con Ángel Martínez Armengol, el Dr. Mauricio Lascuráin, el Dr. Daniel Romero y el ex embajador Dr. Jesús López en la Tertulia de En Contacto, sin duda, un programa imparcial motivado en la reflexión responsable. Ojalá no se pierdan este tipo de espacios, ya que la vena académica no se debe separar de la administración pública. |