No solo eso. El que la misma autoridad, la Fiscalía General de la República, se dedique a difundir -en voz de su titular Alejandro Gertz Manero- los pormenores de las declaraciones de Lozoya, con nombres y apellidos, implica una violación al debido proceso que vulnera la presunción de inocencia y la secrecía de la investigación judicial. Por menos que eso se cae cualquier caso de raterillos comunes en un juzgado.
Queda de manifiesto que el verdadero objetivo no es hacer justicia ni castigar la corrupción –que sin duda la hubo y a gran escala- del sexenio de Enrique Peña Nieto, sino utilizar el escándalo mediático para intentar sostener la imagen y popularidad de un gobierno timorato, incapaz, que ha sido trágicamente rebasado por la pandemia –prácticamente 54 mil muertos al corte del 11 de agosto por la noche- y al que lo único que realmente le importa es aferrarse al poder como sea, para lo cual acude al uso de la propaganda de forma indiscriminada, al grado de torcer la legalidad.
Y cuando la cabeza está podrida, lo demás se descompone por añadidura. Desde hace meses en Veracruz no solo se vive un vacío absoluto en la impartición de justicia, sino que hemos sido testigos de uno de los episodios más vergonzosos de la historia del Poder Judicial del estado, vulnerada su autonomía por los juegos de poder de varios trogloditas de “cuarta” que buscan hacerse de su control colocando alfiles, cómplices, parientes y golpeadores en los diferentes órganos del Tribunal Superior de Justicia, prácticamente a punta de chingadazos.
El más reciente desliz fue la destitución ilegal de varios magistrados por parte del Congreso del Estado. A pesar de que aquellos obtuvieron sendos amparos contra esa decisión arbitraria, los diputados locales desacataron la resolución de la justicia federal y nombraron sustitutos. Ahora un juez ordenó la inmediata reinstalación de uno de los afectados –y se espera que en los días por venir suceda lo mismo con los demás-, la cual debe darse en un plazo máximo de diez. De lo contrario, un nuevo desacato haría a los legisladores acreedores a penas de entre tres y nueve años de prisión, su destitución e inhabilitación para ocupar cargos públicos.
Y en esas manos está la ley.
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