La neutralidad de México se debe entender en el contexto de los meses posteriores a la expropiación petrolera, en la que nuestro país tuvo que enfrentar una guerra mediática, jurídica y política por parte de las compañías estadounidenses, británicas y holandesas. A pesar de que Franklin D. Roosevelt reconoció el derecho de México a expropiar, el gobierno de Estados Unidos no dejó de tener participación en la ofensiva de las compañías petroleras, pero fue menor. En cambio el gobierno británico se mostró mucho más duro con el gobierno cardenista, al punto de romper relaciones diplomáticas. Ignoramos que rumbo pudo haber tomado esa relación hostil de no haber irrumpido la guerra.
Entre las medidas de agresión hacia México estaba, por supuesto, dificultar la venta de petróleo. Esa es la razón de que México haya hecho ventas a Italia, Alemania y una a Japón. Roosevelt vio que era mejor tener a México como aliado y retiró su apoyo a las empresas petroleras, lo cual no obstó para que la guerra jurídica continuara, pero al final se llegó a un acuerdo.
Cuando México declara la guerra a las potencias del Eje se coloca inmediatamente del lado de los Aliados. Su participación fue con una unidad de combate aéreo que participó como anexo a un grupo de combate de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en la liberación de Filipinas en 1945. El famoso Escuadrón 201.
Pero esta participación oficial no fue la única. Un joven jalisciense, Luis Pérez Gómez, intentó ingresar a la fuerza aérea nacional que participaría en la guerra pero no lo logró. Tampoco tuvo éxito al tratar de enlistarse en la aviación militar estadounidense. Estos dos fracasos no lograron que se diera por vencido y viajó a Canadá, ingresó a una secundaria Técnica en Ottawa y de allí saltó al programa de entrenamiento aéreo hasta que finalmente recibió sus alas de la Real Fuerza Aérea Canadiense.
Como parte de esa fuerza llegó a la zona de guerra, donde participó nada menos que en la operación Overlord que comenzó el 6 de junio de 1944, en el llamado Día D que consistió en un desembarco masivo en las playas de Normandía. Este desembarco naval, realizado por cinco mil barcos, estuvo precedido por un asalto aéreo que efectuaron mil 200 aviones. Al mismo tiempo hubo otras operaciones distractoras para garantizar el éxito de la estrategia.
Una de esas aeronaves, un Spitfire, iba a cargo del piloto aviador mexicano Luis Pérez Gómez, de veinte años. Era uno de los cazas del Escuadrón 443 que partieron de suelo británico, cruzaron el Canal de la Mancha y ametrallaban a los enemigos. La operación del Día D fue un éxito, gracias a la arremetida aérea se logró el desembarco de 160 mil efectivos en las playas francesas y hacia finales de agosto ya había más de tres millones de soldados aliados.
La historia de Luis Pérez Gómez, su periplo para integrarse a las fuerzas aliadas como piloto, el amor de una mujer que perduró por décadas, su muerte y su memoria se cuenta en el documental Águila mexicana… Alas canadienses escrito y producido por el reconocido periodista Miguel Ángel Sánchez de Armas, quien realizó una minuciosa investigación. Viajó a Sassy, Francia, a Canadá y a Guadalajara para documentar con precisión la historia sobre este piloto mexicano al que Sánchez de Armas rescata del olvido con este documental.
Como en todo tiempo difícil o de crisis, la cultura, siempre menospreciada o ignorada es la que nos redime. La tesis del viaje del héroe que propone el antropólogo Joseph Campbell para definir los relatos épicos, pero aplicable también a los desafíos reales que se enfrentan con determinación y heroicidad se puede ver ejemplificada en esta historia extraordinaria y bien narrada que nos ofrece Sánchez de Armas.
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