La política en tacones.
Pilar Ramírez.
 

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¿Qué hacer?
2016-10-26

Hace cerca de 25 años dejaron en la casa de Polanco de uno de los hermanos Cantón Zetina una mano dentro de una caja, la cual fue recibida por su hijo adolescente. Lo siniestro de la broma o mensaje estremeció a la ciudadanía capitalina. El periodismo que ejercía la familia Cantón Zetina era muy cuestionado, sin embargo, cuando esto ocurrió Miguel Ángel Granados Chapa escribió sobre el asunto y señaló que aunque muchos estaban tentados a decir “se lo ganaron” no debía ser esa la respuesta del gremio periodístico porque significaba avalar una agresión que se podía enderezar contra cualquier otro. Muchos coincidieron con él y varios periodistas condenaron la acción. Las autoridades no dieron con los responsables o no lo hicieron público.


            La imagen de esa mano humana llevada como una entrega o una caja de regalo era tan aturdidor que no sólo se ganó el rechazo del gremio periodístico sino de la ciudadanía. “¿A quién se le ocurre hacer esto?”, “No estamos en el Nueva York de los veintes” se decía en los corrillos. El hecho pasó y quedó como una sombría anécdota.


            La recordé en días pasados al leer la nota de los mutilados de Tlaquepaque, Jalisco, las seis personas a las que secuestraron y liberaron tras algunas horas sin manos y con un mensaje en el que se les acusaba de ladrones. Las autoridades informaron poco después que todas ellas tenían antecedentes penales por los delitos de asalto, robo o narcomenudeo. Un hecho similar ocurrió también en Jalisco; dos jóvenes fueron levantados y al poco tiempo liberados con las orejas cortadas. En este caso no se dieron detalles del posible móvil por el que sufrieron la agresión.


            La violencia ha alcanzado niveles que hace diez años no hubiéramos podido imaginar, pero todavía hay algo peor que la violencia misma: los hechos más sangrientos y crueles ya no nos cimbran como antes. Quizá muchos al enterarse de que los mutilados han delinquido también caen en la tentación de pensar que se lo ganaron, o que andaban buscando y encontraron, aprobando una lúgubre noción de justicia que nos hace mal a todos.


            De hecho, los medios han tenido una responsabilidad que no se puede o no se debería ignorar, pues cuando se reportan asesinatos con niveles extremos de violencia señalan enfáticamente que fueron ajustes de cuentas entre el crimen organizado. Con eso es suficiente para implicar que las autoridades no deberían preocuparse por investigar, pues son ladrones o miembros del crimen organizado, como si con ello se pudiera justificar que los asesinen, mutilen, quemen, descuarticen o disuelvan sus cuerpos en ácido.


            A lo largo de los últimos años hemos tenido una tenebrosa educación mediática por cuenta de la nota roja y, claro, del crimen organizado, que nos ha mostrado día tras día imágenes aterrorizantes de descuartizados; colgados como trágicos trofeos citadinos; cuerpos sin vida amontonados en una vía transitada, en un vehículo o en un paraje solitario; noticias sobre fosas clandestinas en las que si no se encuentra a las víctimas buscadas ya nadie se pregunta a quiénes pertenecen esos cuerpos. Las fotos que antes estaban reservadas para la nota roja o las revistas amarillistas se han convertido en lugar común de las primeras planas, a tal punto que la vista de un cuerpo mutilado, un adolescente asesinado o un cuerpo con huellas de tortura ya no nos conmueve.


            Hay quienes argumentan con cierta razón que es una especia de mecanismo de defensa, el ser humano no puede estar sufriendo con cada acto violento, por ello crea un caparazón de indiferencia para confrontar esas imágenes que no dejan de llegar. El problema es que no se trata sólo de digerir la violencia, se trata de no dejar que la indiferencia sustituya el reclamo de justicia, la exigencia de que las autoridades encargadas de la seguridad y de impartir justicia hagan su trabajo.


            La inacción de aquellos a los que les confiamos nuestra seguridad y nuestra tranquilidad son los verdaderos responsables de que esa violencia entre a nuestros hogares. En el mejor de los casos, se introduce solamente vía los noticiarios, en el peor como víctimas. ¿Cómo podemos esperar que hagan lo que deben hacer?, que se estremezcan las imágenes de la violencia, si unos están muy ocupados en robar, desfalcar o aprovechar al máximo los recursos públicos, mientras otros que lo hicieron ya andan huyendo, otros más tratan de que toda esa mugre no les quite votos y unos más tratando de capitalizar el descrédito de los malos gobernantes. A veces parece difícil no dejarse vencer por la desesperanza y el pesimismo y sólo queda preguntarse ¿qué hacer?


ramirezmorales.pilar@gmail.com

 
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