“¿Que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo? No. El oficio más antiguo del mundo es mirar hacia otro lado”. Las palabras de Laura van cargadas de rabia. Y de conocimiento de causa. Un litro de whisky y hasta 6 gramos de coca diarios que años más tarde le provocarían una trombosis coronaria. Cada tres semanas, un club distinto. “Después de 21 días ya eres carne vieja. No mujer, no persona: carne. Y los clientes quieren ver carne nueva. Cuanto más borracha y drogada estés, más les gustas. Y si no hablas el idioma, mejor, porque –perdonad mi vocabulario– para follar no hace falta hablar”.
El testimonio de esta brasileña que aterrizó en España, engañada, hace ya 12 años, estremece. Tras perder su empleo en Brasil, gracias al que se costeaba la carrera de Derecho, una red de tráfico de personas la captó. Le ofrecían un trabajo en España, “limpiando casas y cuidando ancianos o niños”. En seis meses –le aseguraron- habría ganado lo suficiente para pagar los años de universidad que le quedaban para licenciarse.
Una semana después se topó con la realidad. “Vosotras habéis venido a ejercer la prostitución. Y si no os sometéis iremos por vuestra familia”, recuerda que le dijeron. Hoy, Laura habla con fuerzas renovadas. Logró salir de su calvario. Su “eterno” agradecimiento se lo debe a Apramp, la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida.
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Tras un proceso de recuperación “muy lento”, hoy es Laura la que media, desde Apramp, con otras mujeres prostituidas.
Según la ONU, este problema afecta a millones de víctimas en todo el mundo y que mueve nada menos que 8,3 millones de euros al día en España.
“No es un problema, es un delito. Usemos bien el lenguaje”, puntualizó la cineasta Mabel Lozano, autora de documentales como Chicas nuevas 24 horas. “Estamos en la época audiovisual y hay que ir a las ventanas de los nativos de internet. Es mucho más fácil construir directamente que reconstruir y construir. Por eso hay que dirigirse a chicos muy jóvenes, de 13 y 14 años”, aseguró.
Sin olvidar la responsabilidad de los medios. “La gente en general sabe qué es la trata desde un único patrón: el que muestran los medios, que muchas veces hablan de la trata de mujeres desde el amarillismo. De la desnudez de sus cuerpos, no de la desnudez de sus derechos”, añadió Lozano. En su opinión, “Si cuando un niño pregunta qué hace esa mujer en la calle en tanga, tacones y sombrilla, la madre le responde que esperando al autobús, que esa madre sepa que tuvo la oportunidad de explicarle a su hijo que esa mujer es una víctima de la trata y no lo hizo. A los menores se les educa en casa, no en los centros”.
“Putas, decimos. La misma palabra es el mayor desprecio”, denuncia Rocío Nieto, presidenta de Apramp. “En las calles hay mujeres que pagan 50 euros por estar en una esquina, chicas que hacen entre 10 y 15 servicios la noche, que pueden aportar a ‘sus amos’ hasta 1.500 euros y, cuando se ponen enfermas, se les descuenta del mínimo que perciben. Y todo esto está ocurriendo en nuestras calles”. Nieto asegura que “es muy difícil denunciar sin ofrecerlas alternativas reales de trabajo”.
Para José Nieto, inspector jefe de la Policía Nacional, la trata es “el delito invisible”. “Siempre que pensamos en una víctima imaginamos a alguien muerto, que sangra. No pensamos que está con una copa en la mano sonriendo por obligación. Detrás de las luces y de las copas, existe la esclavitud, un delito invisible porque se confunde ocio con negocio”. “Sí, la esclavitud sigue existiendo en nuestros días. Son mujeres sometidas. No son prostitutas, sino mujeres prostituidas”, recalcó Cruz Sánchez de Lara, abogada y consejera de El Español. Laura lo definió de forma clara: “Las mujeres prostituidas no ganan dinero, se lo generan a los proxenetas”.
Por su parte, la fiscal delegada de Extranjería en Madrid, Beatriz Sánchez, apuntó las dos peculiaridades de la trata como delito. Uno: es trasnacional, lo que hace que la colaboración entre países sea indispensable. “Esto es como una especie de pulpo. Podemos acabar con un tentáculo, pero sin cooperación entre países, no acabamos con la cabeza, con la máquina”. Y dos: se trata de organizaciones que tienen muy claras cuáles son sus funciones. “Hay personas que las transportan, otras que se encargan de los papeles, que las alojan, que las explotan… Pues bien, si ellos están organizados, nosotros tenemos que estarlo también”.
Laura Zamarriego Mastre
Periodista |