Más de una veintena de peritos, gran parte de ellos aún muy jóvenes, acomodan huesos humanos; cuelan la tierra; cavan nuevos hoyos o limpian identificaciones.
Llevan 30 días trabajando en la fosa clandestina más grande hallada en esta administración, a la que se llega por alguna carretera de la zona centro de Veracruz.
Posteriormente, se debe caminar una brecha custodiada por decenas de zopilotes atraídos por el olor a carne descompuesta. De hecho, para este momento saborean los restos de un animal.
En el sitio están las marcas de los vehículos que, religiosamente, arriban todos los días desde el 8 de agosto cuando una persona confesó a las autoridades que ahí fueron enterrados de manera ilegal, cientos de cuerpos.
Ni siquiera es el mediodía pero la caminata es muy acalorada, pues hay que sortear los ríos de lodo que se han formado con la humedad del sitio y las lluvias de las últimas horas. Algunos metros antes del punto, camionetas cargadas de material forense arman un primer retén.
Aún faltan varios metros por caminar, pero ya se logra ver el punto de búsqueda entre matorrales.
Un hombre mayor, con machete en mano quita los arbustos más grandes que impiden agilizar el trabajo.
Y ahí están: unos cubiertos con sus trajes blancos de criminalistas, en uno de los 32 cuadrantes marcados en el predio de más de 300 metros cuadrados, palando y removiendo la tierra, colando agua cuyo olor se impregna en la nariz y las ropas, buscando huesos.
El líquido, que tiene una capa de grasa corporal, se saca incluso a cubetazos.
Otros llevan solo un cubrebocas y acomodan decenas, cientos, miles de huesos en plásticos azules que han de examinar más tarde.
Una mujer limpia identificaciones y otros acomodan las bolsas rojas con restos blandos encontrados, consumidos también por los gusanos, que se niegan a desprenderse de su fuente de alimento.
En medio de todos los puntos marcados con cinta amarilla, a una distancia corta de donde cuelan el agua, un criminalista se introduce en uno de los entierros, y halla, a pocos centímetros de la superficie, un indicio.
Escarba con las manos y mide la profundidad, que sigue siendo menor. Encuentra entre la tierra una bolsa negra de plástico, de las que usan para la basura.
Sigue jalando y logra sacarla. Al abrirla, encuentra en el interior algunos huesos, entre ellos un cráneo. Es uno de los 169 que hasta la noche de este jueves se han ido descubriendo.
El horror del cementerio clandestino más grande hallado en esta administración tiene su mayor manifestación en una de las 32 fosas: en un solo día y en uno solo de los entierros, criminales sembraron de tajo 22 cuerpos que en total impunidad torturaron, destrozaron y echaron en bolsas de basura, así, sin más.
Este jueves, el fiscal general del estado, Jorge Winckler Ortiz supervisó los trabajos que de manera titánica llevan a cabo hombres y mujeres, sin descanso, desde hace un mes.
Hasta anoche, había cerca de 120 identificaciones que se fueron a la tumbas con las bolsas repletas de restos humanos.
De acuerdo con las autoridades, los cuerpos fueron enterrados, cuando menos, hace dos años, es decir, hacia finales de la administración de Javier Duarte de Ochoa, acusado de desaparición forzada de personas, delito por el que su jefe policiaco, Arturo Bermúdez Zurita y su procurador de justicia, Luis Ángel Bravo Contreras, también están siendo procesados.
GABRIELA RASGADO |