Es por eso que las descalificaciones entre el gobernador panista, Miguel Ángel Yunes Linares, y el líder nacional del Movimiento Regeneración Nacional, Andrés Manuel López Obrador, parecieran un añejo pleito entre dos jefes de tribus rivales: la del PAN y la de Morena, donde el vencedor se lleva por añadidura, el triunfo electoral.
Nada más equivocado.
Lo que quieren los veracruzanos es paz y armonía. Ya se pelearon seis años contra una autoridad sorda y ciega que los saqueó y los agredió en su patrimonio.
Lo que menos quiere el veracruzano es un pleito callejero. Está demasiado ocupado en remendar la economía familiar como para voltear a ver quién gana en esa bronca de barrio, donde seguramente habrá dos derrotados y no habrá vencedor, porque la gente en lugar de ver la pelea centrará su atención en las propuestas que difunden los otros partidos políticos, mientras el gobierno estatal y Morena se insultan y descalifican.
En lugar de buscar entre sus militantes propuestas que aporten proyectos viables para el desarrollo del estado, uno y otro se exigen pruebas sobre la supuesta conducta corrupta del otro.
Así, lo que hoy vive Veracruz es un doble carnaval, donde la diversión y la competencia electoral van de la mano para entretener y distraer al ciudadano de Veracruz con un espectáculo tradicional, por un lado, y el otro que se agota en un pleito que ha dejado de interesar a todos.
Las elecciones del 4 de junio deben cambiar la historia de Veracruz, darle a la población certeza y armonía y no incertidumbre y más violencia.
López Obrador dijo en Miahuatlán que no asistirá al debate al que convocó Miguel Ángel Yunes Linares, señaló: “No somos iguales y ahora se lo estoy demostrando a ese gobernador”.
Yunes Linares aseguró que militantes de Morena recibían 2.5 millones de pesos para que no dejaran a Coatzacoalcos sin agua.
Y amenazó con exhibir pruebas de sus acusaciones.
Por otra parte, Miguel Ángel Yunes Linares no puede tomar banderas partidistas en su posición de gobernador, porque debe gobernar para todos, y en el caso de Andrés Manuel López Obrador, debe guardar sus insultos para otro lugar y otro tiempo, si quiere mantener el capital electoral que obtuvo su organización en las pasadas elecciones y avanzar en su propuesta política.
En ambos casos, la guerra de insultos la han hecho a un lado los veracruzanos porque están preocupados en saber qué candidatos y qué partido podrán resarcir la economía del estado y la de su familia.
Buscan, como nunca antes, que los candidatos a las presidencias municipales sean congruentes en los hechos con sus discursos y que las promesas de campaña sean lógicas y alcanzables. Quieren políticos que le den prioridad a la población y dejen atrás los intereses personales o de grupo.
Ante esta lamentable situación, el veracruzano que ejerce su derecho al sufragio le tiene sin cuidado un pleito personal, donde, gane quien gane, nada va a cambiar la realidad de la entidad.
En toda democracia los cambios se realizan en las urnas y no en un cuadrilátero de boxeo ni en el callejón de los pleitos.
Veracruz necesita ver hacia adelante y no voltear para observar el resultado de una pelea que terminará igual que como comenzó: sin sentido y sin trascendencia.
Podría decirse que en el pleito personal dos fuerzas políticas se descalifican, y al hacerlo se salen de la competencia electoral para adentrarse en el mundo del pugilismo, donde sólo suele haber derrotados y vencidos…
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