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LA AMNESIA DEL CANDIDATO

De la columna "Punto de vista"

/
Filiberto Vargas Rodríguez
2018-03-04  
21:34

Allá por el año dos mil un gran amigo, periodista de profesión, se lanzó a la aventura de transitar hacia la actividad política. 


Animado por las expresiones de reconocimiento recibidas durante su labor al frente de uno de los periódicos más importantes de la entidad, buscó convertirse en Presidente Municipal.


Al escuchar sobre su proyecto, y por la añeja amistad que nos unía, le advertí: “Recuerda, amigo, que aquel que incursiona en la política y pretende ir en busca el voto de la población, lo primero que debe hacer es voltear hacia atrás y, sin autocomplacencias, con todo el rigor que exige su reto, debe evaluar su comportamiento. Tienes que revisar en forma minuciosa tu comportamiento y si después de hacerlo, encuentras que no existe error del que te debas arrepentir, entonces –y sólo entonces- te podrás lanzar en busca del voto de los ciudadanos”.


Me escuchó, asintió, pero –por lo visto- no me hizo caso. Terminó en cuarto lugar.


La lección sigue vigente (y quizá más que en aquel entonces, producto del avance en las tecnologías de la información) y muy pocos candidatos la escucharon.


Ahí está el más claro ejemplo en el candidato presidencial de la alianza que conforman el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano.


Ricardo Anaya no sólo se olvidó de los “pecadillos” cometidos años atrás para hacerse de una sólida plataforma financiera. Se olvidó también de sus orígenes y no tomó en cuenta que existe gente que lo conoce desde aquel entonces y siguen sin explicarse la fórmula para triunfar como él lo ha hecho en el ámbito financiero.


Eso mismo olvidó en su momento Javier Duarte en Veracruz. Olvidó aquellos tiempos en los que perseguía, junto con otros compañeros de desventura, a su padrino Fidel Herrera para resolver al instante cualquier cosa que necesitara. Olvidó los días que pasó sin comer, o engañando la tripa con una torta o unos gansitos, que conseguía fiados en una tienda cercana al Senado.


En su momento a David Velasco le advertí que los xalapeños lo conocían más por los escándalos que durante muchos años protagonizó afuera de las “discos” (así se les llamaba en aquel entonces a lo que ahora se les conoce como “antros”). Él creía que eso ya se había olvidado, y tan quedó claro que no fue así, que muchos de aquellos compañeros de parranda de pronto aparecieron formando parte de su equipo de trabajo en el Ayuntamiento.


El panista Ricardo Anaya supuso también que nadie escarbaría en su pasado y que, por lo tanto, nadie se enteraría de los negocios turbios con los que consiguió su tesoro. 


Y también pensó que nadie en México sabría quiénes son Selim Ismael, Tony Seba y Peter Diamandis. Y si los mexicanos no los conocen, entonces tampoco sabrán que son conferencistas y tampoco se enterarán que les tomó “algunos fragmentos” de sus disertaciones para atribuírselas como razonamientos propios.


Pero hoy en día internet, redes sociales y los equipos de comunicación “inteligentes” han derribado todas las barreras informativas.


Hoy lo que los mexicanos opinan de Ricardo Anaya, no es que se trata de la “víctima del aparato del Poder”, sino de un farsante que les pretende vender espejitos, que presume un conocimiento y un raciocinio que no posee, y que mediante engaños pretende dirigir los destinos de nuestro país.


Gran parte de su discurso de los meses recientes lo ha dedicado a hablar de las inconveniencias de que Andrés Manuel López Obrador asuma la Presidencia. En gran medida tiene razón, pero ha perdido toda credibilidad, se quitó la careta antes de tiempo y hoy su palabra ya no vale para los mexicanos.


Lo dijo Abraham Lincoln y casi todos conocen esta frase:


“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.


filivargas@gmail.com

 
 
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