Hipólito Rodríguez Herrero llegó al poder en Xalapa como parte de las primeras olas de la marejada MORENA.
López Obrador aún no estaba en las boletas, pero eso no impidió que su imagen fuera abiertamente utilizada en los panfletos, lonas y escasos utilitarios repartidos durante su campaña municipal. Ganó la alcaldía, pero hasta ahí llegó, su imagen se estancó y jamás creció.
Sin embargo las señales del desastre estaban allí, tan claras que es todo un misterio el por qué fueron groseramente ignoradas por los votantes.
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Muchas de sus propuestas de campaña eran irreales y sólo posibles en una mente difusa. En reuniones con cámaras empresariales, analistas, periodistas y miembros de la sociedad civil, fue severamente cuestionado en más de una ocasión por la inviabilidad de sus palabras, y en todas, sin excepción, dejó entrever un velado desprecio por la crítica. Su equipo de gobierno y de ediles parecía salir de la chistera de un mago, que metía la mano y sacaba un antropólogo tras otro, como si la teoría ideológica fuera suficiente para aterrizar lo que la técnica administrativa obliga.
La constante en su gobierno ha sido el desprecio al xalapeño. Para los más importantes puestos de gobierno importó capitalinos porque allá, según su parecer, sobra la capacidad que al xalapeño le escatima. ¿Los problemas añejos para los que se postuló resolver? ¡Que esperen! Total, él no abrió los baches, ni echó a perder el parque vehicular, ni se deshizo de la policía municipal, ni provocó las fugas de agua, ni fundió las lámparas.
Estas ruinas que hoy ves tienen nombre y apellido, y resulta ignoto si el enorme daño que le hace Hipólito Rodríguez Herrero a Xalapa es por voluntad o por falta de esta.
El alcalde ha estado deslizándose peligrosamente por un interminable tobogán sin fondo en el que continúa perdiendo su escasísima popularidad.
La cuerda no daba más. Le quitaron de encima a Ivonne Cisneros, la infausta síndica a la que endilgaron la culpa de que sobre Xalapa cayeran las diez plagas de Egipto; le reabrieron el basurero del Tronconal, el que él mismo señaló como inoperante; los empresarios le obsequiaron (seguramente sin pedir nada a cambio) el poco asfalto con el que ha ido moteando algunas calles; le dieron cientos de millones, el presupuesto completo, y no supo qué hacer con él; le han dado todo y ha tenido todo, y ni así ha podido. Sus eventos deslucidos, marchitos y desacreditados, solo eran presenciados por un desanimado, desdichado y desmoralizado séquito.
Algo había que hacer y la solución le cayó del cielo con el arribo al poder de Cuitláhuac García Jiménez, bajo las enaguas del cual se ha refugiado con singular alegría.
Cuitláhuac es su solución, es la única solución que tiene para rescatar un poco de su malhadada credibilidad y Cuitláhuac le entrega todo su capital político con gusto y sin reparos. Pero ha pasado tanto, tanto tiempo, que es más fácil buscarle una salida digna y que regrese a lo suyo, a la contemplación de la naturaleza humana y el fin de los tiempos, a que pueda revertir lo que la inercia del descrédito y la animadversión pública le ha hecho ya a su maltrecha imagen.
Hoy, colgado de las enaguas de Cuitláhuac, Hipólito camina sombrío y cabizbajo, con la sombra de la inminente derrota a cuestas y con el brillo apagado en los ojos.
Hipólito se ha colgado de Cuitláhuac, y ahora solo falta que a Cuitláhuac le alcancen las enaguas de López Obrador para que ambos lleguen a buen puerto.
@AtticussLicona
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