Ese dejar de confiar hasta de su sombra. Ese observar como no puede con tantas aldeas morenas y entes de poder dentro del partido, el Congreso en franca insurrección y en el mismo gobierno donde se hospedan los traidores embozados, todos en disputa por llevarse la bandera de una Cuarta Transformación que ni con calzador entra.
A la par la familia.
Fueron tantas las presiones del mosaico familiar –tíos, primos, sobrinos, y medios hermanos- todos embozados y con diferentes apellidos producto de los devaneos de la abuela y del mismo padre, que no tuvo más que ceder y entregarles parcelas de poder y dinero.
No más de siete meses han transcurrido de este gobierno que, en efecto, cumple con el cambio, pero el reversa; con un cambio traducido en un folclorismo ramplón, en el alucine para los pobres y la tutela del gran Tlatoani rústico y sin cepillar.
Hoy el poder que encabeza Cuitláhuac García es juzgado y sentenciado por la opinión pública a un baño de ácido desprovisto de pasiones panfletarias, melodramáticas, populistas y demagógicas.
A un juicio ciudadano adverso que lo aísla hasta colocarlo en el umbral del precipicio.
Ya el propio desgaste lo obliga al retiro, a la licencia, al cambio de estafeta que sucederá más temprano que tarde ya que para las intermedias es irremediable la alternancia y el regreso de la fuerza panista y, acaso lo más grave, el retorno de los brujos… el retorno de Miguel Angel Yunes.
¡Ay, nanita!
Por lo pronto a Cuitláhuac García se le observa como zombie. Se mueve en la más absoluta de las soledades. Ya no confía ni en el legado de la casquivana de doña Rafaela, su abuela, ni en las recomendaciones de don Atanacio, su señor padre, que hasta al medio hermano le ha enjaretado, según revela este fin de semana la dueña de las exclusivas, la periodista Claudia Guerrero.
A la par, ese humor ciudadano manifiesto en las redes sociales totalmente destructivo hacia su investidura y esa rara forma de gobernar del propio Cuitláhuac, que no requiere ni de himnos ni consignas para desintegrarlo o, en sus despojos, quedar fuera del afecto de su mecenas.
A estas alturas no son pocos los que reclaman que el mejor conocido como Cuícaras se vaya y que el Peje nos retire esa “bendición” mortal.
Hoy Cuitláhuac ya no tiene quien le escriba.
Está solo, más solo que nunca. Hasta sus cercanos –digamos sus íntimos- le hacen el feo. Se niegan a cargar la mochila con él. Tanto escándalo y tantas revelaciones de sus enredadas vidas personales. Tanta madriza en las redes, tanto cuestionamiento público y privado y tanto barullo en torno a la cofradía de la mano caída, terminó por mosquearlos.
Ni los cercanos se mueven porque los francotiradores, no chayoteros incluidos, los tienen en la mira, listos para volarles la cabeza.
Y eso que apenas han transcurrido un puño de semanas de gobierno.
Es tanto el descrédito, dependencia por dependencia, titular por titular, que lo mejor es nadar de a muertito y esperar que el jefe se ahogue solo.
“¡Déjenlo solito!”, es la consigna de los despanzurrados morenos convencidos que de todas maneras el gober se autodestruye con tanta mentira, con tanta torpeza, con tanto desatino. Con ese aislamiento que lo tiene apartado y no quiere ver a nadie.
Hace mucho dejó de dar audiencias. Prefiere el whatsApp o los recados a través de su particular. En paralelo, ya ni sus amigos de vida quieren acercarse… y hacen bien, siempre anda con un genio de la chingada.
Lo desesperante es que aún no sabe cómo echar a andar el aparato y eso lo tiene devastado.
Pensó que todo sería muy fácil. Que solo bastaba con montarse en el efecto Peje y, en automático, usufructuar el poder, hacer lo que viniera en gana con los 128 mil millones de pesos de presupuesto anuales y someter a más de ocho millones de veracruzanos con sus ocurrencias.
La gata, sin embargo, le salió respondona a este solitario de Palacio que vaga entre los fantasmas de doña Rafaela, Eleazar, su primo incómodo, el medio hermano que de pronto aparece y el resto de la familia que tiene en la nómina con apellidos diferentes para que nadie se dé cuenta que son su parentela.
Total “¡Que tanto es tantito!”, como dijera el “Cronista de Tepito”.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo |