El resultado de la elección del domingo pasado en Coahuila e Hidalgo pudo haber sido determinante pues la derrota no solo fue para Morena y los demás partidos de oposición al PRI, sino también, forzosa y necesariamente, para el dirigente nacional del partido guinda, Alfonso Ramírez Cuéllar.
Seguramente el presidente no le va a perdonar que no se alzara con el triunfo cuando se supone que tenía las ventajas que da el poder, todo por no ser imparcial como le correspondía en su caracter de presidente de su partido.
Está más que claro que Ramírez Cuéllar abonó a la división interna, distrajo a la militancia de lo prioritario que era ganar la elección, descuidó los procesos en Coahuila y en Hidalgo e indirectamente alentó a la oposición a considerar que sí puede derrotar al partido de AMLO. Los ayudó a levantar su moral.
Si por las circunstancias de la política Mario Delgado resulta el vencedor, bajarán los bonos políticos del gobernador Cuitláhuac García Jiménez, quien se la jugó y apoyó a Porfirio Muñoz Ledo. Ahí tendrá ya un obstáculo para imponer como candidata a Dorheny García Cayetano. Se afianzaría con fuerza el delegado federal Manuel Huerta y toda la corriente que le sigue.
La dirigencia nacional que triunfe encauzará los trabajos del próximo candidato presidencial, pero también los del próximo candidato a la gubernatura de Veracruz, de paso se hará del control de la dirigencia estatal y dirá la última palabra en la nominación de candidatos a diputados locales y federales, así como a presidentes municipales.
Pero todavía no se puede cantar el último out, hasta que se cante. |