Todo sucedió ¡En una fracción de segundo! No sucedió en cámara lenta. Y por haberse dado en tan breve tiempo, mi mente dudó, ¿Vi bien? ¿No lo habré imaginado? Detuve mi caminar y me di la vuelta dispuesto a ayudar a la joven.
Pero la chica no pareció haberse percatado, pues ni siquiera en su rostro alcancé a ver el mínimo gesto de incomodidad.
¡Caray! Qué difícil situación. ¿Debería emprenderla contra un anciano por algo que, probablemente imaginé?
Continué anclado en mi lugar, esperando a ver si pasaba algo porque, para mi sorpresa, unos cinco pasos después, el vejete se dio la vuelta, hizo como que miraba algo en algún puesto y regresó sobre sus pasos. ¿Lo volvería a intentar? ¡Qué descaro! Me dije. Pero ahora aquí está este charro negro dispuesto, pensé.
Rodeó a la joven el anciano y volvió a enfilarse sobre ella. No obstante, la chica comenzó a caminar y sus ágiles pasos juveniles la alejaron pronto del viejo. Este, al parecer sincronizó su andar con el de una mujer entrada en años, ni tan joven, ni tan vieja.
Para ese momento mi mente ya volaba. Tal vez había imaginado todo y el pobre señor vendría con la señora con la que ahora parecía caminar y por eso se habría regresado al ver que la había dejado atrás.
Reemprendí mi trayecto y a la altura de La Parroquia volteé a ver qué había pasado.
La chica se había detenido para cruzar la calle rumbo a la iglesia y allí, en el cruce, a la distancia pude ver cómo nuevamente el viejo se volvía a acercar a la muchacha y -a mi leal parecer- le volvió a aplicar la dosis. La distancia ya era mayor y ya no pude ver la mano tocando el glúteo, pero los movimientos delatan la intención.
La joven, en esta segunda ocasión, tampoco se inmutó. Tal vez por miedo no quiso hacerse la aludida, pero no noté en su rostro turbación. Cruzó la calle y siguió su vida.
El anciano también cruzó la calle pero en otra dirección, y siguió con lo que le resta de vida. No creo que haya sido ni la primera, ni la última vez que lo hará.
Se preguntará usted, bien querido lector lectora, por qué no hice más que quedarme viendo. En primera porque una fracción de segundo es muy poco para tener una seguridad. En segunda porque la chica pareció no haberse enterado. ¿Se imagina qué hubiera pasado si hubiera yo chamarreado a un señor de unos ochenta años y que la presunta víctima no hubiera sostenido mis alegatos? El que estaría en San José fumando Faros sin filtro sería yo.
Le conté este episodio a dos personas. Una me dijo que le daba gusto saber que estuve dispuesto a ofrecer mi ayuda. La otra me dijo que el suponer que la muchacha necesitaba ayuda y que yo estaba dispuesto a zarandear al viejo, me pintaba de cuerpo entero como parte de esa cultura patriarcal, machista y misógina, que siempre piensa que la mujer necesita ayuda.
¡Caray! ¿Pues qué puede hacer una persona del sexo masculino en estos casos?
Diría el filósofo del IMSS Bienestar… ¡Nada embona!
Aprovechando que andaba en la zona, en el Ayuntamiento pregunté si era cierto que le pondrían “Viaducta” al “Viaducto”, y me confirman que al parecer solo son dichos de activistas, y que no hay nada oficial -cuando menos por parte del municipio-.
Si a mí me preguntan, por mí que le llamen como quieran. Si quieren píntenlo o despíntenlo. Es un espacio ganado para la expresión de las mujeres y es una lucha que si no se entiende, cuando menos se debe respetar.
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(COLUMNA "POLÍTICA AL DÍA") |