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El hogar de Chavela en Veracruz |
Playa Zapote |
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Desde la puerta, la inmensidad del mar y su canto, la soledad envuelta en azul, el cielo diáfano que guarda su recuerdo; aquí, en Playa Zapote, se encuentra la Casa de la luna de Aries, el hogar de Chavela Vargas en Veracruz; aquí, durante cuatro años, vivió rodeada de pescadores, de aquí partió para jamás volver.
Un extenso jardín con grandes palmeras flanquean una casita blanca que mira al mar y que en la entrada principal recibe al visitante con un medallón que la presenta: La casa de la luna de Aries, donde descansó, recibió tranquilidad y según los lugareños, ayudó a los más necesitados.
La Chamana Chavela, La Vargas, costarricense naturalizada Mexicana y jarocha avecindada en Playa Zapote a principios del año 2000, llegó a Veracruz, dicen los que la conocieron, buscando la soledad.
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"Ella quería estar en un lugar, sola, que nadie la molestara. La hemos sentido mucho", cuenta doña Lucinda Ramón, quien recuerda el gusto de la cantante por el pescado asado, el mar y las flores.
Dice doña Lucinda que Chavela tenía su carácter, "era muy enojona, le tiró un balazo a un policía que la estaba resguardando ahí. Le dijo ese policía, oye, yo creo que el que cuida aquí anda enamora'o con Chavela Vargas, y se enojó tanto que un tiro le aventó. No le pegó pero dice que él cuando llegó al coche que la esperaba, dice que él sentía que iba pegado".
Ésa era Chavela Vargas, no la voz que acompañó a tantos en sus noches de desventura sufriendo por el desamor, ni la inseparable de José Alfredo Jiménez, ni la musa de Almodóvar, ni La Vargas de Joaquín Sabina con quien a dueto pedían eternizar "las noches de bodas y las lunas de miel".
La que vivía frente al mar en Playa Zapote era la mujer fuerte que a sus más de 80 años le cantaba únicamente a las olas y a las aves y descargaba su pistola en las noches de año nuevo.
Isabel Chavela Vargas Lizano salió cada mañana de esos cuatro años a las seis en punto, a caminar a la orilla del mar en Playa Zapote, con su camisa a cuadros, calzando botas y la pistola 3.80 a la cintura.
A veces, nos confía doña Lucinda, se mojaba un poco los pies en el mar y le cantaba; les silbaba a las aves que alimentaba y convivía con todas las familias de pescadores que retribuían su gusto por tenerla aquí, trayendo pescado fresco para que ella lo comiera siempre.
"Le gustaba comer cereal, fruta, yogurt, café con pan tostado y pescado asado, nada frito y una carne que compraba que eran unos medallones", nos dice Juanita Enríquez, la joven que estuvo más cerca de ella en la época en que Chavela fue veracruzana.
"A las 11 ó 12 del día tomaba una siesta y después a seguir con sus aves, su mar y su soledad, pero siempre preocupada por la comunidad", dice.
Cuenta que ellos, los que viven en Playa Zapote, poco conocían de la fama mundial que rodeó siempre a La Chamana; en su casa no se bebía alcohol ni se fumaba, aunque doña Chavela contaba sus historias con José Alfredo Jiménez, de quien incluso, les dejó un jorongo que ambos usaron en sus épocas de cantarle al desamor.
"Nosotros no somos muy dados a cosas de artistas, entonces la veíamos como un ser humano y que pues la ayudamos. Ella, cuando vino Miguel Alemán, nos mandó a llamar a mi mamá a mí para que él nos viera y nos presentó como personas que le podíamos ayudar en algún momento que ella lo necesitara", recuerda entre fotos donde aparecen juntas.
La Chamana, según nos cuentan Lucinda y Juanita, ayudó a construir casas a sus allegados y gracias a sus gestiones, se edificó el kínder El Niño Artillero donde se educan los pequeños de la comunidad. Con ella, llegaron a Playa Zapote muchos beneficios y ayuda social, pero también llegó una mujer que marcó para siempre los corazones de quienes la rodearon.
Un día, Chavela le habló a Juanita y a manera de despedida, surgió esta conversación: "En una ocasión sí me dijo que ella no se quedaba en un lugar para siempre, ese era su estilo de vida, conocer, andar, vivir un tiempo e irse a otro".
Chavela se fue de Playa Zapote para no volver, y hoy, antes de despedirnos de Lucinda y su esposo, de Juanita y los habitantes de Playa Zapote, nos acompaña Chavela Vargas con una canción que contiene el disco Volver, Volver, que heredó a la familia Enríquez Ramón y que la guarda a ella, para siempre, en los oídos, en la mente, en el corazón, en la arena de Playa Zapote y en la Isla de Enmedio que visitó un 17 de abril, a bordo de una lancha de pescadores para celebrar su cumpleaños:
Vengo de donde viene mi amigo el viento,
traigo aromas de luz que trovaron los cerros
y armonías calladas de la noche más bella.
No pregunten quién soy, porque no se los digo,
sólo sé que a donde voy, el amor va conmigo
y a puro valor, he cambiado mi suerte,
hoy voy hacia la vida, hoy voy hacia la vida,
antes iba a la muerte.
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