Recuerda que una vez “una señora comenzó a quejarse de que por qué tenía que venir hasta acá arriba (tercer nivel). Yo la dejé que se desahogara y cuando terminó nada más le enseñé el elevador y en ese momento se soltó a las risas. Me dijo que por qué no le dije antes. ‘Señora, porque le estoy dejando que saque todo lo negativo que trae. Yo le escucho’. Se disculpó y ya se fue contenta”.
Olivia lleva tres años en esta área y también aquí tiene buenos compañeros, aunque dice extrañar a los antiguos y la convivencia que se fomentaba sin importar el nivel jerárquico. “Todos somos iguales, somos compañeros, con todos me llevo muy bien. Así me enseñaron a ser con todas las personas. Me gusta escucharlas; si quieren una opinión, se la doy”.
El don de gentes es herencia de su abuelo materno. Hace 29 años que partió don Fausto, pero sus consejos la acompañan. “Estaba enfermo, pero andaba siempre contento, muy alegre y bailador hasta decir basta. Con mi abuela, aunque ya eran ancianos, parecían niños. Era muy dadivoso, siempre traía dulces en la bolsa. Hacía bailar a los chiquillos, les daba dulces y se iban contentos”.
Esas experiencias se reflejan en su vida cotidiana y en el servicio que presta al público que acude al Palacio Municipal. “Yo trato de cumplir con lo que me corresponde, trato de hacer cada cosa lo mejor que puedo. Sí me enojo, claro, pero pasa”. |