Cien años de soledad es un libro que sigue leyéndose en los centros escolares y que siempre será un objeto de regalo. “Creo que es un fetiche”, dice López Lamadrid. Esa edición también puede serlo. Las páginas ilustradas se han troquelado con unas gotas de lluvia que transparentan las letras, y reciben y despiden al lector los peces dorados que fabricaba el coronel Aureliano Buendía como Penélope, tejiendo y destejiendo.
No en vano, la obra se cimenta en las raíces de América Latina. “Este libro es muy importante porque habla de nuestra identidad, de nuestra historia, de nuestros conflictos políticos”.
Entre los trazos coloreados de Rivera se cuelan las ranas y los pájaros, las charcas y los juncos, las gallinas con sus huevos y el río con los suyos. Y la lluvia constante que riega la vegetación exagerada de ese lado del mundo. “El realismo mágico ha influido muchísimo mi trabajo, porque para mí es más que un género, es un estado mental y creativo”, explica esta mujer que proviene de una familia con “una veta artística inclinada hacia la música”, que siempre le ha servido de inspiración.
La naturaleza es una constante en su obra. La que imagina para un texto de realismo mágico "responde a la misma lógica de la narrativa: no es fantasía, ni surrealismo, más bien es lo extraño expresado como un elemento cotidiano”. “En ese sentido, me interesaba que las ilustraciones tuvieran esa mezcla de lo coherente y lo irreal”, dice.
Rivera no imita la naturaleza que ve, “como lo hacían los naturalistas”, sino que mezcla elementos e inventa otros, “lo cual funciona bien para Cien años de soledad”, un libro cuyo principio pueden recitar varias generaciones y estremecerse con “el pavoroso remolino de polvo” que pone fin a la historia.
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