¿Se imaginan en Alemania un parque llamado Hitler? Yo tampoco, el mundo tampoco y los alemanes menos.
Algo similar ocurre en Estados Unidos con su todavía más lejana Guerra Civil. Más de 150 años después de acabado el conflicto, la bandera Confederada, símbolo de los supremacistas blancos partidarios de la esclavitud, apenas fue prohibida en instalaciones militares en el 2016 -aunque no ha sido prohibida en todos los demás usos en ese país-. Algunos potentados de la esclavitud todavía tienen estatuas en su honor que insultan a la comunidad afroestadounidense. Tampoco esas heridas están sanadas.
Otro ejemplo: una amarga decepción golpeó a muchas y muchos chilenos cuando el exdictador Augusto Pinochet murió en el 2006 por causas naturales cuando estaba por ser llevado a juicio. La muerte les arrebató la oportunidad de verlo comparecer ante la justicia por sus crímenes, que no eran pocos. Pinochet dejó el poder en 1990, así que tuvieron 16 largos años para llevarlo a juicio y cuando se decidieron era muy tarde.
En México no podemos permitirnos esto. Inaugurada una nueva época en el poder público de la Nación, sería indeseable prolongar años y décadas el ajuste de cuentas, no por revanchismo, sino porque sólo la justicia nos puede dar tranquilidad y la oportunidad de sanar el pasado. Es bien sabido que no hay paz sin justicia y que el pasado no se supera volteando disimuladamente la mirada hacia otro lado, sino conjurando sus demonios.
¿Por qué juzgar a nuestros expresidentes? Porque en un Estado de Derecho moderno es lo que se espera: un juicio justo, apegado a Derecho, que ventile lo que ocurrió, que brinde justicia a secas. ¿Y por qué la consulta? Porque debemos mandar el mensaje contundente, al presente y al futuro, de que la amplísima mayoría de las mexicanas y mexicanos así lo quisimos. El mensaje de que juzgar al pasado fue una decisión popular.
*Juan Javier Gómez Cazarín. Diputado local del Congreso de Veracruz, presidente de la Junta de Coordinación Política. |