En primer lugar, está el hecho de la identidad de una persona, pues sin importar los miles de sexos que las nuevas generaciones se han querido inventar, sólo existen dos: hombre y mujer. Mucho se ha tratado de confundir a la gente alegando que la orientación sexual de una persona define su identidad, pero esto no es así. No importa si te gustan los hombres o las mujeres, tu identidad se define de manera biológica y no ideológica; creer lo contrario es simplemente negar la realidad.
De ahí surge el primer problema para un niño que tiene dos padres o dos madres, ¿cómo puede un menor concebir su identidad mientras convive en un ámbito que no le permite reconocer dicha diferenciación sexual? Pues es necesario recalcar que esto no es un tema meramente sentimental ni ideológico, el interés superior de la niñez debe ser siempre el punto de reflexión.
Según estudios psicoanalistas, el deseo de tener un hijo se presenta de maneras complejas bajo la posibilidad de concebir, por lo que, el hecho de que una persona que por gusto decide no hacerlo, desee al mismo tiempo adoptar un menor, resulta incoherente. Dichos estudios señalan que esto apunta a la necesidad de satisfacer un capricho del adulto, más que de querer ayudar a un niño huérfano.
Es indispensable enfatizar que el derecho de adopción es del menor, no del adulto; los derechos y el interés del niño tienen prioridad ante las exigencias subjetivas de los adultos. El interés del niño es estar incorporado en una relación que se inscribe en la continuidad de su concepción entre un hombre y una mujer, es decir, recuperar lo que por distintas causas haya perdido, que son un padre y una madre.
Mientras eso quede claro e intacto, podemos hablar de progreso, pues la unión civil homosexual es algo justo. En cambio, la adopción homoparental es un debate aparte.
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