Muertos todos los días, muertos por la violencia no solo de las armas sino por la crisis económica, por la pandemia y el abandono anterior y actual del sistema de salud que no arroja luz al final del túnel. También están los vivos muertos de miedo por la incertidumbre y la falta de mensajes que calmen los fuertes vientos que soplan.
Frente a la violencia que no cede, la corrupción que no se castiga, ni la pasada ni la actual, la incapacidad petulante y el enredo entre sociedad y miembros de las instituciones, se conforma un coctel explosivo que parece potenciarse con las demostraciones de actores políticos indiferentes y lejanos.
Ensimismados en sus conflictos, los “líderes” bordan sus debates y sus estrategias sobre los pesares sociales, sin detenerse a mirar a los otros de manera responsable y fortalecer la ruta de los cambios. Retóricas que resultan mascaradas que no asumen la relevancia y urgencia de los trabajos mínimos para lograr acuerdos que permitan enfrentar los problemas y superen las disputas por el poder, por los intereses facciosos, menos ahora con un proceso electoral enfrentado e irascible.
Requerimos compromisos de los servidores públicos, de los políticos, de los ciudadanos. El agotamiento es mayor cada vez y el hartazgo presagia tormentas más amplias de las que sufrimos, más intensas, más dolorosas.
Nuestro país requiere mucho trabajo, esfuerzo y compromiso, para concretar acciones que nos saquen del ruidoso y fangoso atolladero en que nos encontramos, porque está latente la posibilidad de hundirnos aún más y enfrentarnos a una dislocación social mucho más amplia e incontrolable.
Impunidad, arbitrariedad, despojos de esperanza y sombras de confianza es lo que tímidamente se asoma en donde debería estarse garantizando la certidumbre de un rumbo claro y solvencia para realizarlo. Pareciera que el proceso de cambios urgentes para el día a día de millones de mexicanos, o no se realizan, o están demasiado lentos.
No hay soluciones fáciles, son complicadas y no se darán con palabras, varitas mágicas o solo buena voluntad. Son indispensables capacidades y responsabilidades que sin duda rebasan a partidos políticos y personajes en lo individual, porque supone la reunión de esfuerzos de individuos y organizaciones de todas las ideologías, de grupos de ciudadanos.
Esta empresa de rescate nacional no puede diseñarse en solitario, no sirven las rutas unilaterales, pues debe consolidarse a base de acuerdos y programas que reconozcan la diversidad y nos lleven a todos a buen puerto ante las dramáticas vivencias de nuestro país. En el polarizado y confrontado escenario que hoy tenemos, no ver y no oír o burlarse del diferente, pareciera haberse convertido en el comportamiento de todo un conjunto de actores que tampoco sienten, ni ven ni oyen el malestar social.
En esta circunstancia se llevará a cabo un proceso electoral que definirá la correlación de pesos y contrapesos para muchos de los ejercicios públicos puestos en el ojo del huracán y que en las urnas recibirán las sanciones o respaldos por el grado de atención a las demandas, por buenos y capaces gobiernos y representaciones políticas o no.
Los tiempos que vivimos obligan a no claudicar en el empeño de realizar acciones colectivas que enfrenten nuestros graves problemas, por ello debemos abandonar la apatía, la indiferencia, evitando reducir nuestra participación al señalamiento y el escarnio, actuar con civilidad, asumir la ciudadanía y dejar de ser menores de edad. No claudicar para hacer frente a las visiones únicas que buscan excluir el debate, demos continuidad y fortalezcamos la vida democrática que nos merecemos por un futuro mejor para todos.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
No importa cuánto lo defienda, es evidente la irresponsabilidad del encargado de la pandemia. ¿Seguirá a pesar de todo?
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