El escenario nacional es dramático cuando la contabilidad oficial registra de enero a octubre de este año 777 feminicidios; cuando entre enero y mayo se abrieron 22,072 carpetas de investigación de violencia sexual; y 1,143,784 casos de violencia doméstica entre enero y agosto, justo en los meses del inicio de la pandemia.
Son datos estrujantes que arrojan luz sobre el origen del hartazgo, del enojo de las mujeres ante la barbarie de un México macho, que lastima y mata por la simple condición de poder hacerlo.
Con vergüenza y dolor, Veracruz se ubica en el segundo lugar nacional en feminicidios; además entre enero y octubre de este año se incrementó un 341% la cantidad de denuncias de violencia familiar, al pasar de 1974 a 8,706 según datos de la Secretaria de Gobernación (nota alcalorpolítico 28/11/2020).
Mientras en el discurso se presumen logros y avances, la realidad demuestra lo arraigado de la sinrazón, de la visión machista que aún domina la vida mexicana. Por eso es tan relevante la necesidad de acción gubernamental, de la amplia difusión de los objetivos, estrategias y políticas contra la violencia, la enérgica intervención de los cuerpos de seguridad y de justicia, para que quede clara la apuesta institucional y sus efectos.
Una sociedad que aspira a transformarse para ser mejor y más justa, no puede estar cobijando desde el poder la incompetencia, las omisiones y las complacencias. Cualquier actitud de indolencia o desdén debe señalarse y ser erradicada, el comportamiento institucional debe ser claramente positivo en la defensa de los derechos de la mujer, sin titubeos, sin escatimar la legitimidad de esa lucha.
Observamos la sobrevivencia de un machismo empoderado y sin ataques o represalias claras de la sociedad y de muchos gobiernos en todos sus niveles, que pasan de largo ante la emergencia, que acumulan palabrería hueca y convocan a días de respeto que debieran ser todos los días. El problema de la violencia de género es grave, muy grave, más aún cuando se sigue estigmatizando y revictimizando a muchas de las que sufren vejaciones o son asesinadas por su condición de género. Se padece un abandono real para la atención del problema, palpable desde la falta de empatía en el discurso público.
Los datos nos arrojan a la cara nuestra falta de efectividad, pisotean nuestra supuesta modernidad, nos restriegan la crudeza de un fenómeno ruin, de una actitud canalla, de una visión retrasada que suponíamos rebasada y que oprobiosamente muestran su vigencia e incluso su profundización.
Mujeres agredidas por su vestido, por su horario de tránsito, por querer divertirse, por no acatar los roles y estereotipos que les han sido asignados y que deben obedecer. Ser mujeres abre la “oportunidad” a que puedan ser sujetos del abuso, la barbarie, el acoso o el menosprecio. La reproducción de la cultura machista por parte de hombres y mujeres que no aceptan la existencia de nuevos roles, que no están dispuestos a perder la supremacía de las decisiones o simplemente a respetar.
Las responsabilidades institucionales y de los gobiernos deben estar siempre presentes para que la ley se cumpla. Es evidente que tiene que hacerse mucho más de lo que hoy por hoy se realiza. También lo es el vacío de las acciones públicas, de las áreas que puntualmente tienen los encargos, de las áreas de procuración de justicia. Eso genera y da justificación a los enojos de las mujeres que salen a la calle a manifestarse. En este sentido la opinión de María Salguero, creadora del mapa de feminicidios de México: “el gobierno no tiene ninguna estrategia para atender la violencia contra las mujeres, ni en el hogar, ni en los espacios públicos”.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.
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