¡Ay de aquel que se crea que, por ejemplo, los embajadores vienen en plan de amigos! Llegan siempre para cuidar sus intereses, para vigilarnos, para ver qué provecho pueden sacar de nuestras riquezas para engrosar las suyas.
En 1914, nunca se debe olvidar y las nuevas generaciones deben tenerlo siempre presente, sin ninguna declaración de guerra las tropas de ese país invadieron el puerto de Veracruz el 21 de abril, por un incidente que había tenido lugar el jueves 9 de abril, Jueves Santo, en Tampico, pero esa es otra historia.
(Si bien no se puede vivir con rencores históricos, tampoco se deben olvidar los agravios. Por eso mi crítica a los cuitlahuistas que se fueron a arrodillar ante y a rendirle cuentas al entonces embajador Christopher Landau, en lugar de, el gobernador, haberse limitado a un diálogo de cortesía, para no deshonrar a José Azueta, a los Uribe, Virgilio y su padre Elfego, a Esteban Morales y a tantos veracruzanos que sacrificaron su vida por defender la patria.)
Con la llegada ayer de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos renacen las esperanzas de una nueva época, mejor que las anteriores, entre nuestros países. Creo que no se aventura nada al afirmar que, sin duda, será una mejor que con la que se dio con el troglodita Donald Trump, al que se sometió, y todavía apoyó para que se reeligiera, el presidente López Obrador.
Sin perder nunca la perspectiva marcada por Foster Dulles, de inicio hay motivos para celebrar, por tres hechos significativos: porque ordenó frenar de inmediato la construcción del muro fronterizo con nuestro país, porque dispuso corregir la política migratoria de Trump con un ambicioso plan que, si se concreta, concederá la ciudadanía a 11 millones de indocumentados, al menos la mitad de ellos mexicanos, y porque también ordenó proteger a los dreamers, unos 650 mil indocumentados que llegaron niños, buena cantidad paisanos nuestros.
Qué salto significa si se recuerda que en su primera campaña presidencial en 2016 Trump calificó a nuestros migrantes de “violadores, criminales, delincuentes, malos hombres”, y acusó de casi todos los males en su país a los nuestros.
Por eso será trascendente e histórico si Biden los legaliza, con lo que los nuestros y los centroamericanos dejarán de ser unos parias en el vecino país, objeto de abusos y maltratos, sin que muchas veces se les respeten los más elementales derechos humanos.
De la importancia que esos más de 5 millones de connacionales tienen para México habla lo que dijo el 9 de octubre del año pasado el presidente López Obrador: que sus remesas estaban salvando al país de la crisis, ayudando a las familias más pobres a enfrentar el impacto de la pandemia.
Es dolorosa su situación. En busca de mejores condiciones de vida, las que no tuvieron ni veían que iban a tener tal vez nunca en México, se aventuraron a emigrar, a cruzar clandestinamente la frontera con un muy alto precio: muchas mujeres fueron violadas, muchos sufrieron robos y explotación, otros murieron en el intento, en el río Bravo o en el desierto fronterizo.
Antes de que apareciera el Covid-19 viajaba con alguna frecuencia lo mismo a Texas que a California o a Nevada, algunas veces llegué con familias ya regularizadas de origen mexicano, otras a hoteles y unas más con migrantes indocumentados, algunos con nexos con mi familia.
Supe entonces lo que es vivir prácticamente prisionero, qué contradicción, en el país que tiene como símbolo la Estatua de la Libertad. Siempre me laceró saber que nuestros irregulares no salían a la calle más que para lo estrictamente necesario (o a sus trabajos) por el temor a ser detenidos y deportados, cuando muchos acá creen que porque ellos viven allá pueden pasearse cual turistas.
Ganan en dólares, pero todo lo gastan y pagan en dólares. La renta de un departamento cuesta el equivalente a más de 12 mil pesos mensuales y por eso se hacinan 8 y hasta 10 personas, que cooperan para pagar la suma, pero, además, ante la inseguridad de ser deportados y perder todo, duermen en colchonetas (además para que quepan) y se hacen de los muebles más baratos e indispensables, esto es, casi en condiciones infrahumanas.
Los que se fueron, lograron pasar y de alguna forma se han establecido allá, tienen 10, 15, 20, 30 años o más sin ver físicamente a los suyos, ya que ninguno se atreve a venir al país por el temor de no poder regresar, cuando ya han construido en el vecino país su forma de vida.
En Veracruz hubo oleadas de migrantes y, por ejemplo, pueblos enteros alrededor de Xalapa se quedaron prácticamente sin varones porque todos se fueron (las hemerotecas de los periódicos están llenas de información) porque allá hay y tienen trabajo, allá no están expuestos a la violencia y a la inseguridad que vivimos acá, allá, obligados por la ley, han adquirido mejores hábitos como ciudadanos, allá a los niños les permiten ir a sus escuelas.
Si el gobierno de Biden los legaliza podrán volver a México a ver y a abrazar a los suyos y luego regresarse a trabajar sin ningún temor. Cómo no vamos a celebrar la llegada de un presidente que ha ofrecido parar de inmediato la construcción del ignominioso muro y a sacar de la ilegalidad a los nuestros, que podrán reclamar entonces sus derechos.
En atención a los intereses de su país, los mexicanos no deberíamos esperar a un nuevo presidente que se proclame amigo y que en sus hechos y decisiones no lo sea. Pero cuánto nos va a alegrar que al menos otorgue un trato humano a nuestros connacionales, quienes por necesidad se vieron obligados a dejar todo acá y hoy, dicho por el propio AMLO, están sacando, en mucho, al país del atolladero.
A los míos –aunque algunos son de origen oaxaqueño o poblano, además de los veracruzanos, que viven en Los Ángeles, en Las Vegas, en Indianápolis…– cuánto gusto me va a dar abrazarlos cuando vengan a su tierra, a su país de origen, al que tanto extrañan y no pueden y nunca podrán olvidar. Mis oraciones siempre están con ellos.
Y, alentador, un cambio inmediato fue que la Casa Blanca, al estrenar su nueva página web, vuelve a informar en español, luego de que Trump hizo desaparecer nuestro idioma del sitio oficial.
En su primera intervención, Biden sentenció: “Debemos abandonar la cultura donde los hechos se falsean y manipulan”. Con dedicatoria a Trump y a ya saben quién. |