Delgado, ha crecido a la sombra del Canciller Marcelo Ebrard y a pesar de contar con todo el impulso, nunca pudo despegar para alcanzar el nivel de candidato a Jefe de Gobierno o siquiera Delegado en la Ciudad de México.
A su paso por San Lázaro, su liderazgo solo fue posible gracias al enorme respeto y poder aglutinador de un personaje de la talla de Porfirio Muñoz-Ledo, a quien por cierto terminó, cuando así le convino, dando el más indigno de los tratos.
Su ingratitud, es ya distintivo de su persona, pues tan solo hay que recordar que fue el apoyo y adhesión de Yeidckol Polevnsky, el fiel de la balanza que le permitió “rebasar por la derecha”, a su antes mentor y virtual ganador del proceso interno de Morena, Muñoz-Ledo; y una vez logrado su objetivo, ha arremetido contra la dirigente que llevo al presidente López a la silla presidencial, excluyéndole de cualquier asignación de espacio político en todo el país.
Sus marcadas limitaciones, le han costado muestras violentas de molestia, incluso en su propia tierra, Colima. Y en Veracruz, su falta de pericia y desconocimiento de los verdaderos liderazgos de su partido, así como las pugnas al interior (propiciadas principalmente por el “primer militante del estado” y su segundo de abordo) están resultando en una “caballada muy flaca”, para remontar la debacle electoral que se avizora para el partido político que más que ganar, se benefició de la derrota electoral de la oposición en 2017 y 2018.
La historia no es cíclica ni se repite, sin embargo, nos permite tomar lección de sus patrones y tendencias a fin de aprender de ella. Morena y en general todos los Partidos Políticos, tienen obligación de este aprendizaje, de cumplir su rol de frenar el crecimiento de figuras aciagas y salvaguardar la democracia; cómo magistralmente lo expusieran Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro “Cómo mueren las democracias” (How Democracies Die).
Al tiempo.
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