Los otros estuvieron de acuerdo, y el oriental gritó:
—¡Yo me llamo O!
Ya se aprestaba aponerse el adminículo el chinito, cuando el japonés se lo arrebató:
—¡Momento! Yo me llamo Casio (casi-o).
Y empezó a meter un brazo por la mochila salvadora, cuando el mexicano dijo triunfante, mientras se lanzaba desde el avión con el paracaídas ya puesto:
—Pues yo gané, porque me llamo ¡Nicasio! (ni-casi-o).
Este Nicasio llegó a tierra sano y salvo y siguió su vida de ganadero próspero, como había sido siempre desde que su padre le heredó unas tierras y unas vacas. Le había ido bien en el negocio porque estaba dedicado de lleno a él. Casi nunca salía de su rancho, no tenía vicios y sostenía a una sola familia.
Cierto día, Nicasio llamó a su hijo mayor y le dijo:
—Oye, Nicasito, vamos a hace un viaje a la Ciudad de México, que dicen que es muy grande y muy hermosa, y quiero conocerla. En tantos años de trabajo he reunido alguna fortuna y podemos darnos el lujo de hacer ese viaje.
Mandó el señor al vástago a comprar los boletos del autobús, y un día después salieron los dos con rumbo a la capital.
Llegaron con bien después de varias horas de viaje, bajaron en la estación de Buenavista, donde estaba el antiguo paradero, tomaron sus maletas y se dirigieron caminando hacia el centro de la ciudad.
Varias maravillas vieron en el camino, como el Monumento a la Revolución, la Alameda y el Palacio de Bellas Artes, pero les impresionó sobre todo la Torre Latinoamericana, con sus alturas que desafían al cielo.
Se quedaron un buen rato admirando el rascacielos, y en eso estaban cuando se les acercó una persona.
—Amigos, los he estado observando —les dijo como saludo y presentación— y veo que están interesados en el edificio. Es la Torre Latinoamericana, y en este momento es la más alta de la ciudad y del país.
—Sí, amigo —dijo don Nicasio—. Estoy viendo lo alta que está y ya me imagino la de bajadas y subidas que tuvieron que dar los albañiles para construirla.
—Pues hoy están de suerte, porque yo soy el dueño de este portento —comentó el desconocido— y estoy buscando quién me la quiera comprar. Tengo por ahí una urgencia y la estoy rematando prácticamente…
Ah, el espacio, que nunca alcanza en los medios. Por hoy hemos llegado al límite, pero mañana continuaremos con esta historia, si me permiten las consabidas lectoras y los amables lectores.
sglevet@gmail.com |