Es tanta la desesperación por no perder el poder que para sobrevivir se acude al crimen, al sacrificio humano, a ultimar a balazos al adversario, a asesinar a familias completas.
¿Qué pasa en Veracruz?
Es que, de verdad, no hay quien ponga límites a la escalada sangrienta y de amedrentamiento en contra de las mayorías que decidieron transitar por la alternancia para poner fin a los abusos de poder y corruptelas sin fin.
El proditorio crimen en contra de Gladys Merlín Castro y su hija Carla Enríquez Merlín, ambas priistas, a manos de un comando armado degollando a la primera y acribillando a su hija en su domicilio del municipio de Cosoleacaque, en nada contribuye a la paz social.
Hoy hablar de normalidad democrática es una vacilada.
Lo real son los crímenes de odio, los ajusticiamientos, las guardias blancas al servicio de la autoridad que recorren pueblos y ciudades amedrentando y eliminando al enemigo.
Regresamos al México de la postrevolución donde el poder se dirimía a balazos, en donde las familias eran violentadas y asesinadas.
Y no hay gota que derrame el vaso.
La violencia política se sucede en el día a día por todos los rincones de Veracruz en medio del silencio oficial, del no pasa nada, del seguimos avanzado por instrucciones de nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador, quien no ve ni oye.
Lo de Gladys y su hija, se suma a la escalada de violencia que se ha venido denunciando en el marco del proceso electoral en marcha.
Es el manto de la violencia política que cubre a Veracruz sin distinguir sexo o edad; causas o lucha, sin importar si son o no de casa como es el caso de Juan Gilberto Ortiz Parra, candidato de Morena a la alcaldía de Úrsulo Galván, asesinado este fin de semana de un tiro en la cabeza por ir en contra del mandato de su partido.
Apenas el fin de semana escribíamos en este espacio que conforme se aproximan los tiempos electorales el nerviosismo del aparato de poder se hacía cada vez manifiesto ante lo que asoma como una inminente pérdida del poder a partir del 6 de junio.
Que se percibían acciones desesperadas y que la irritación del gobernante se mostraba a flor de piel al igual que su sensible encabronamiento ante la presión municipal e interpartidista.
Dábamos cuenta que a la estructura de poder le parecía intolerable el reclamo de los 212 municipios en abierto rechazo a que las participaciones federales fueran condicionadas a la inclinación del voto al igual que el cumplimiento de los programas de obra pública y de asistencia social.
Y que había quedado al descubierto la maniobra coercitiva en donde de manera directa personajes localizados del gobierno, de la Fiscalía General y del Congreso del Estado, estaban comisionados para apretarles las tuercas.
Ahora entendemos el alcance de las amenazas cumplidas, el apretón financiero, las advertencias de cárcel por malversación o el adelanto de juicios políticos.
Referíamos asimismo que en la zona de Perote hace unos días hubo un accidente automovilístico fatal que costó la vida Rigoberto Alarcón Tapia, hijo de Melquiades Alarcón Caro, alcalde de Las Minas, quien se había venido manifestando anti morenista y públicamente invitó a su pueblo a votar con libertad.
Rigoberto de 27 años fue encontrado muerto el pasado primero de febrero en un barranco a 500 metros de profundidad.
Y destacábamos que aun presentes en el imaginario colectivo estaba el caso de la alcaldesa de Jamapa, Florisel Ríos Delfín, secuestrada el pasado 12 de noviembre por al menos 10 hombres armados que la sacaron de su casa y minutos después la ejecutaron en un camino rural de la comunidad limítrofe de Ixcoalco, municipio de Medellín de Bravo, en la zona centro de Veracruz.
Florisel Ríos había sido la segunda alcaldesa asesinada en el gobierno del morenista Cuitláhuac García; la otra víctima fue Maricela Vallejo, de Mixtla de Altamirano, ultimada con su marido y chofer.
Y que días después, el 17 de noviembre, la casa de Cuitláhuac Condado Escamilla, alcalde del PRD de Acayucan, Veracruz, fue atacada a balazos por varias personas quienes dispararon en al menos 20 ocasiones contra el inmueble.
Hoy no queda la menor duda que regresamos a la ley de la selva en el marco de una incontenible ola opositora y ¡ya que!, resignémonos a seguir siendo el segundo lugar en feminicidios.
¡Réquiem por nuestra querida Gladys y su hija Carla!
Tiempo al tiempo.
*El autor es Premio Nacional de Periodismo
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