Es necesario argumentar contra esa condición reducida de interpretar en negro y blanco los ejercicios políticos. Las opiniones que se puedan situar en medio de las alambradas, son vistas con profundo desprecio y desconfianza desde ambas trincheras, porque en ellas solo se distinguen enemigos, sin más ideas que la descalificación de aquello que es distinto.
Están cerrados los espacios para la reflexión o escucha que voluntaria y necesariamente abriría puentes de diálogo, más allá de las intransigencias. En ambos bandos abundan los argumentos que respaldan una realidad de maniqueísmo político, de gritos, vituperios y enfrentamientos airados, de ruido descalificador.
Los que con sus opiniones se plantan en medio de los extremos irreconciliables, se arriesgan a señalamientos de moderaciones ruines, falaces o de incómodas tibiezas que, a decir de los referentes extremistas, son sospechosas para ambos bandos, pues tan solo reflejan los mensajes engañosos de los contrarios.
La falta de voluntad para la conciliación de posiciones comunes, la inmediata anulación del contrario, sospechar y menospreciar todo lo que se haga o se piense de forma distinta porque equivale a traiciones a la patria, consolida una ruta de desencuentros y malas prácticas, originadas en el desconocimiento del quehacer político o público, donde no hay enemigos sino adversarios de diversa índole, donde no caben las ideas de aniquilación, sino las de convivencia en la diferencia.
La falta de reconocimiento a las diferencias y diversidades existentes, asumir que el poderío de número sirve para eliminar al contrario, creer que mi versión debe imponerse a todos porque poseo la verdad absoluta, porque me asiste la razón histórica, la superioridad “moral”, son posiciones que se alejan de la esencia democrática, como el espacio político donde subsisten y conviven los diferentes y las contradicciones.
Los malos y deficientes ejercicios públicos y políticos abonan al hartazgo. Han puesto desde hace décadas y ponen actualmente en riesgo, el reconocernos en valores democráticos, pues nos obligan a mirarnos en espejos que reproducen y multiplican nuestros problemas, generando insatisfacción, golpeando la esperanza y abriendo la puerta a la opción de las visiones autoritarias.
Las élites políticas, todas, han quedado a deber para asumir las responsabilidades que tienen en los derroteros de nuestro país en los años de transición y alternancias democráticas. Los malos resultados y pendientes, mancharon el periodo que abría las oportunidades para crear esperanzas, de cara a los logros de una lucha democrática que proponía expectativas mejores para nuestro país.
Los diálogos, los debates serios, están ausentes en las mesas oficiales y formales. Porque no se dan en la soberbia del monólogo matutino, ni en el griterío de las redes sociales, utilizados como cajas de resonancia, no de argumentos, sino del ruido, de la gritería que aísla propuestas, que anula escuchas, donde se hace visible la burla, el denuesto que justifica la pelea, la soberbia que arrolla cualquier posibilidad de debate de posiciones e opiniones argumentadas; en lugar de ideas, aparecen jactancia y reproches, que cierran en lugar de abrir oportunidades.
La soberbia y la intransigencia de quienes hoy detentan el poder, junto con la incompetencia y nulidad de las oposiciones, solo acumulan daños y profundizan los desencuentros, rompiendo los asideros de un diálogo que asuma la convivencia democrática y permita enfrentar nuestros agobiantes problemas.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Pues parece que el precepto juarista de que “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” no es válido de aplicar para la canciller panameña.
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