Al inicio de su sexenio, Jolopo le apostó al petróleo como la base de la economía durante su administración, incluso un día nos dijo que teníamos tanto crudo que tendríamos que aprender a administrar la abundancia. En su último año, viendo el país en quiebra, el 5 de febrero de aquel histórico 1982 había proclamado que defendería el peso “como un perro” ante la embestida de los “enemigos de la patria”. Nos hundió. Los suyos fueron puros ladridos.
La petrolización de la economía fracasó en forma rotunda. Había gobernado con ocurrencias y una gran frivolidad y llevó al país a la quiebra. Aquel 1 de septiembre, atónitos, los mexicanos escuchamos no solo que devaluaba el peso (de 22 a 70 pesos por dólar) sino que nacionalizaba la banca. Acusó a los “sacadólares” (ante el desastre los capitales se habían fugado y los mexicanos habían sacado su dinero del país, exactamente como lo han hecho ahora muchos) y dijo que: “Ya nos saquearon. ¡No nos volverán a saquear!”. Él mismo pontificaba que “Presidente que devalúa, se devalúa”. Se devaluó para siempre, ante la historia.
Luego de aquel anuncio se soltó en llanto, como un niño, al tiempo que con el puño derecho golpeaba el atril donde estaban los micrófonos. Todos lo habíamos escuchado, lo veíamos y no lo creíamos. En unos segundos acabó con patrimonios bien habidos que los mexicanos habían hecho con esfuerzo durante toda su vida y hundió en la pobreza a millones.
Un gran silencio se hizo en todo México mientras que con sus dedos índices se limpiaba las lágrimas de sus ojos. Lo insólito: todos los diputados y senadores del PRI se pusieron de pie para aplaudirle, ¡porque le había dado en la madre al país! (exactamente igual que como hoy hacen chairos fanáticos con AMLO).
En Veracruz, cientos de veracruzanos que vivían en la prosperidad, de pronto se vieron sin nada. No pudieron pagar los créditos, cuyos montos se multiplicaron. Los bancos fueron implacables para cobrar. Cientos terminaron suicidándose. Viví todo el dramatismo como reportero del semanario Punto y Aparte.
Casi le salen las de cocodrilo
Cuarenta años después, ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador estuvo a punto de que se le salieran las de cocodrilo, como a Jolopo en 1982, durante su conferencia mañanera, al recordar cómo su lucha política afectó a sus hijos de niños.
Según se comentó en la conferencia, el gobernador panista de Tamaulipas, Francisco Javier García Cabeza de Vaca, habría destinado recursos para investigar a sus hijos y habría la posibilidad de que esas investigaciones estuvieran ligadas al escándalo por la casa de Houston.
AMLO recordó entonces que había sido objeto de vigilancia como opositor y las consecuencias que habían sufrido sus hijos, de niños; hizo una pausa y estuvo a punto de quebrarse y soltar el llanto. No lo hizo, pero se quedó a segundos, con la cara de puchero.
De nuevo, defendió a sus hijos. Tras reponerse, dijo que le daba mucho orgullo que “se han portado bien… que resistan”, que mantiene un acuerdo con ellos de que mientras sea presidente no podrán ocupar un cargo (en cambio, en Veracruz, familiares del gobernador sí), que “no pintan” para ser como el hijo de José María Morelos y Pavón (Juan Nepomuceno Almonte Ramírez), quien “se volvió traidor y se pasó al bando de los traidores” (fue integrante de una junta de notables que viajó a Austria a ofrecer la corona a Maximiliano para que viniera a gobernar México), pero, de nuevo, no anunció que ordenará investigar un posible conflicto de interés por lo de la mansión de su hijo José Ramón en Houston.
Uno y otro agreden a sus críticos
Cosas de la historia. Como Jolopo, uno de sus problemas es por el petróleo; Andrés Manuel tiene ya un hijo incómodo como lo tuvo López Portillo, también llamado José Ramón, a quien incluso nombró como Subsecretario de la entonces Secretaría de Programación y Presupuesto (llegó a proclamar que era el “orgullo de mi nepotismo”); aquel, como el actual, gobernó a base de ocurrencias y fue igual de muy mal administrador, lo que llevó al país a una de las más graves crisis que haya vivido México en su historia, con otro gran detalle más: también fue alérgico a la crítica periodística y reprimió y persiguió a la pléyade de brillantes periodistas de Proceso, que encabezaba Julio Scherer García.
Reprimido por el gobierno de Luis Echeverría, cuyo gobierno maniobró para sacarlo de la dirección de Excelsior (por su apego a la verdad, su profesionalismo, su periodismo de investigación, sus brillantes articulistas, críticos, y su plena independencia ajena al poder, lo convirtió en uno de los veinte mejores diarios del mundo), el maestro Scherer decidió fundar entonces Proceso, siguiendo la línea que había mantenido en el diario. López Portillo, que quería puros aplausos, no lo soportó y no lo toleró. Vetó a la revista para que en el gobierno no le dieran una línea de publicidad (como hacen hoy en el gobierno de Cuitláhuac García con muchas publicaciones), ni tampoco en los gobiernos de los estados, ni en el PRI, incluso ni en la iniciativa privada, aunque algunos lo desobedecieron, y el 7 de junio de 1982, en pleno festejo por el Día de la Libertad de Expresión, en público, igual como lo hace AMLO, proclamó aquella famosa frase: “No pago para que me peguen”, olvidándose que el dinero no era suyo, de su bolsa, sino del erario, de los contribuyentes.
Muchas similitudes con López Portillo
Muchas similitudes, pues, lo que no debe extrañar, pues como Echeverría y como López Portillo López, Obrador es de origen priista y se formó igual que ellos; en su sangre lleva el mismo ADN. AMLO es una mezcla de los dos, populista por el lado de Echeverría, casi exactamente igual, y pésimo administrador y gobernante a base de ocurrencias, además de persecutor de periodistas críticos (uno con Scherer, el otro con Loret, Aristegui y muchos más), incluso ahora hasta el punto del llanto, casi como López Portillo.
López Obrador se hubiera soltado a chillar ayer, a moco tendido, como se dice por lo común, o como una magdalena. Le hubiera hecho bien y tal vez le hubiera servido de catarsis para que se calme y se ponga a trabajar y a atender los problemas del país, pues lleva casi tres semanas desahogando su pleito personal con Loret mientras azotan a México el aumento de la corrupción y de la inseguridad, la falta de empleo, la inflación, el aumento de la pobreza, el avance de la delincuencia organizada sobre gran parte del territorio nacional, la crisis económica, la falta de medicamentos en hospitales, y un muy largo etcétera.
Pero fuera del efecto melodramático de lo de ayer, seguimos sin saber el fondo del asunto de la “casa gris” o de Houston, si hubo conflicto de interés hasta el grado de corrupción y quién o quiénes fueron o son los responsables. López Obrador recordó ayer la persecución oficial de la que fue objeto, pero no dijo que es lo mismo que hace ahora con Loret.
Y le dan palo el INE y el INAI
Por lo pronto, la Comisión de Quejas y Denuncias del Instituto Nacional Electoral (INE) se negó a bajar el spot del Partido Acción Nacional (PAN) titulado “Los cuentos de Morena”, que menciona la “casa gris” de su hijo, al considerar que sus afirmaciones están amparadas en la libertad de expresión y que no se trata de calumnias, sino posturas críticas, mientras que el Consejo Consultivo del Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI) exhortó a la institución autónoma a iniciar ya los procesos necesarios para garantizar el derecho a la protección de los datos personales de Carlos Loret de Mola, lo que incluye la posibilidad de aplicar medidas cautelares y sanciones para el presidente, que podrían ir de la amonestación pública hasta la multa máxima de 144 mil pesos. Aparte de su caída en las encuestas, el presidente empieza a perder poder y ya no atemoriza a las instituciones autónomas. Cabe la pregunta que hizo el lunes el columnista Raymundo Riva Palacio: ¿Se acabó el sexenio?
En mi caso, creo que ya vi otra versión de esta película hace cuarenta años, aunque con otro director y otros actores. Por eso creo saber o recordar cómo terminará. |