Como se viene haciendo costumbre cada 10 de mayo, cientos de mujeres salieron a las calles con su dolor a cuestas (y aguantando el solazo) a exigirle al gobierno que cumpla con su obligación de devolverles a sus hijos vivos o muertos.
Pero el presidente andaba en otro rollo. Dijo que su conferencia no duraría arriba de media hora (aunque se chutó una hora con 50 minutos), porque habría un festejo para las madrecitas que ven la mañanera. Y de no ser por una reportera que prácticamente le arrebató la palabra para preguntarle sobre el tema, hubiera ignorado los asesinatos de las periodistas Yessenia Mollinedo y Sheila García, perpetrados el lunes en Cosoleacaque.
“Estamos haciendo la investigación, pronto vamos a tener un informe. Es desde luego lamentable, nuestro abrazo como siempre fraterno a los familiares de las víctimas. Hay ya personal atendiendo de manera especial este crimen ahí en Cosoleacaque. En Cosolea, sí así se le llama, Cosolea. Ahí me he quedado a dormir como dos veces. Ahí pasé con el éxodo por la democracia hace más de veinte años, es gente muy buena”, contestó.
Y eso fue todo porque los minutos restantes los ocupó para hablar de los 36 años de descomposición social e ignominia que nos dejó la nefasta política neoliberal, de lo mucho que quieren a México en Centroamérica y Cuba y no se volvió a acordar del asesinato de Yessenia y Sheila a las que ni siquiera mencionó por sus nombres.
Y vino luego la ofensa disfrazada de jaleo. La presentación de un grupo musical que al menos por el día de ayer se llamó “Veracruz me llena de orgullo”.
Nada hay contra estos chicos que hicieron su mejor esfuerzo, pero lo prudente hubiera sido cancelar su presentación por respeto a la memoria de las dos periodistas y al dolor de cientos de madres que llevan semanas, meses o años buscando a sus hijos desaparecidos.
No dejó de ser paradójico que al mismo tiempo que estos jóvenes bailaban y cantaban, en dos humildes hogares del sur de Veracruz estuvieran velando los restos de Yessenia y Sheila que aparte de periodistas eran madres. Yessenia deja una hija de 20 años y Sheila a tres de 6, 11 y 15 años que tienen el futuro incierto porque ninguna autoridad se ha acercado a tenderles la mano.
En Ciudad de México, Nayarit, Michoacán, Nuevo León, Zacatecas y Veracruz, la exigencia, el ruego, el regalo de 10 de mayo por el que clamaron las madres fue uno: el regreso de sus hijos. “Como sea, como se encuentren pero queremos verlos. Ojalá el presidente supiera que vivimos desgarradas por dentro desde que desaparecieron, quizá eso lo conduela y nos ayude” dijo una mujer.
Pero nada.
Mientras en las calles hubo enojo, frustración, impotencia, gritos desesperados y en el sur de Veracruz eran lloradas dos compañeras, en Palacio Nacional siguió la fiesta.
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