Ello era así porque en la antigua lógica, el arranque del proselitismo sucesorio implicaba la decadencia, el principio del fin del poder del gobernante en funciones que, una vez definido el candidato oficial a ocupar su lugar –cuya victoria era segura-, pasaba a segundo término. Su fuerza se diluía, comenzaba su ocaso y debía prepararse para la oscuridad, para el silencio de ser un “ex”.
En esencia, el ritual no ha cambiado, aunque se intente dar la apariencia de que sí. El aceleramiento de los tiempos electorales provocado con el anticipado acto de campaña de Morena de este domingo en Toluca, no fue otra cosa que un banderazo de salida aprobado por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador con varios objetivos; en primer lugar, para apropiarse de la narrativa electoral en un momento de sensación de triunfo, luego de los resultados obtenidos por Morena en los comicios del pasado 5 de junio.
Las expresiones del presidente son elocuentes en ese sentido: “que no haya tapados, que no haya dedazos” reiteró este lunes al cuestionársele la abierta –e ilegal- promoción de las aspiraciones presidenciales de la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, el canciller Marcelo Ebrard y el secretario de Gobernación Adán Augusto López Hernández.
Para todo mundo, dentro y fuera del círculo actual del poder, es completamente claro que la decisión al final la tomará exclusivamente López Obrador. A la antigüita, desde la soledad del ejercicio unipersonal del poder que le caracteriza, herencia directa del sistema presidencialista omnímodo del que abrevó y que busca desenfrenadamente restaurar.
Se preguntará entonces, ¿por qué echar al ruedo tan pronto a los contendientes? Una razón es la de que todo el constructo llamado “cuarta transformación”, “4t” y hasta Morena está sostenido de su sola persona, cuelga de su solapa. Nada de eso existe sin Andrés Manuel López Obrador. Y cuando en algún momento él ya no participe en política, aunque no sea inmediatamente después de las elecciones de 2024, como dice, ¿qué será de su movimiento? No es tan difícil imaginarlo.
Aun cuando en este momento no hay en la oposición partidista nadie que le haga sombra al lopezobradorismo, tampoco nada les garantiza que esa circunstancia permanezca invariable los próximos dos años. Y como la fuerza de Morena es absolutamente dependiente de una sola persona, les urge construir una figura que si bien no iguale a López Obrador –nadie visible está en esa posibilidad-, sí pueda llegar a verse como heredero o heredera de eso que representa para su base de seguidores y sea capaz, a su vez, de concitar apoyos nuevos y de retomar los perdidos para ser competitivo/a.
El gran problema, la tara fundacional de la “4t”, es que creen que el servilismo es un atributo político. Puede sin duda llegar a ser la llave para obtener la postulación, pero lo que pudo observarse este domingo es que todo su discurso gira alrededor de la adulación a López Obrador, a quien no le falta razón al considerarles “corcholatas”, porque se pueden desechar sin problema.
Lo que es un hecho es que todo se mueve al ritmo que dicta el inquilino de Palacio Nacional, que no está dispuesto a soltar las amarras del poder y decide quién juega y a quién sacrifica. “Los tiempos del señor son perfectos. Ni antes ni después”, dijo en el éxtasis de la abyección Adán Augusto López Hernández este domingo.
Sabemos, por supuesto, a qué “señor” se refería.
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