Nuestro presidente mexicano tiene un carácter (y un acento) tropical, tirando a lo guapachoso, pero sin llegar a lo humorístico; camina y viste con el aplomo de un beisbolista (se le nota la urgencia metafísica de la gorra en la cabeza y el guante en la mano izquierda, ausentes). Lo suyo es la dejadez, la incomodidad ante lo suntuoso, el desgaire como forma de presentación; “ya conocéis mi torpe aliño indumentario” (Antonio Machado).
Y en lo ideológico son más opuestos aún.
A pesar del lenguaje apaciguador del tabasqueño, Joe Biden es conservador como lo han sido siempre los demócratas liberales yanquis: tan de derechas como los republicanos. Profesa de política la del Secretario de Estado John Foster Dulles (1953-1959): los Estados Unidos no tienen amigos, tienen intereses.
A pesar de que lo llama su “amigo socialista”, Andrés Manuel López Obrador manifiesta una ideología totalmente contraria a la del Presidente norteamericano. Los intereses políticos del mexicano están en el área latinoamericana de la izquierda radical. Comulga con el castrismo cubano, con el sandinismo de los Ortega en Nicaragua, con el chavismo de Maduro en Venezuela, con el lulismo carioca de Brasil…
Tanto el uno como el otro están en la tercera edad. La diferencia de 11 años se acerca, sin embargo, ante la aguantadora ancianidad de 79 años de JB contra la vejez prematurizada de los 68 años de AMLO.
Comparten problemas de salud y cada uno ha protagonizado eventos que ponen en entredicho su fortaleza orgánica: el gringo con desmayos y el mexicano con visitas urgentes al hospital “para chequeos de rutina” y cateterismos “programados”.
No obstante, ambos permanecen y piensan seguir permaneciendo en el poder cuando menos hasta el término de sus mandatos (y con el gusanito de la reelección improbable en la cabeza).
No, no son iguales. No, no son amigos. No, no se comprenden.
Así que poco se debe esperar del encuentro…
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