Irán, que es uno de los países más violentos a causa de las guerras, contabiliza alrededor de 300 mil muertos en los últimos diez años. Se considera uno de los lugares más peligrosos para vivir en el mundo, y sin embargo el número de fallecidos es menor al que hemos padecido en México, que según esto es una nación que vive casi en paz, si hemos de creerle al presidente Andrés Manuel López Obrador y descreer de lo que dicen sobre nuestra realidad los hermanos jesuitas y el propio papa Francisco: “¡Cuántos asesinatos en México!”, exclamó, aunque AMLO lo quiera ladinamente negar.
En México la cifra de los fallecidos por la violencia en la última década se acerca a los 400 mil: más de 200 mil por asesinatos y casi 200 mil personas desaparecidas, que finalmente están muertas.
Con esas cifras pavorosas no es exagerado decir que en nuestro país estamos viviendo una guerra civil. Nuestras calles y carreteras son un frente de batalla en el que las personas son asesinadas a mansalva, y no hay castigos por esas muertes, como en la guerra, porque la impunidad anda por el 98 por ciento de los crímenes.
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Esa guerra civil tiene dos bandos: la delincuencia organizada armada fuertemente, por un lado, y la población inerme por el otro.
Hay un tercer protagonista, que son las fuerzas armadas, pero ellas no están interviniendo por órdenes directas del Presidente, que obliga a soldados, marinos, guardias y policías a no actuar en contra de los criminales, y pide que se les resguarden sus derechos humanos, su integridad y su vida, pobrecitos.
Llegamos a una situación de genocidio en la que Andrés Manuel López Obrador pone las ocurrencias y la sociedad pone los muertos.
Las mafias delicuenciales tienen asolada a la población. Profesionistas, empresarios, comerciantes sufren el acoso de la fuerza criminal, y están acabando con su hacienda o con su vida. Lo cotidiano de las batallas son el robo con violencia, el cobro de piso, los feminicidios y las violaciones, los secuestros y desapariciones, los asesinatos.
En esta guerra sin cuartel, todos somos víctimas de una manera u otra, y estamos indefensos ante la claudicación del Gobierno obradorista a ejercer su obligación de hacer cumplir la ley. Tiene las armas y los elementos, pero el Patriarca está enneciado (¡una vez más está enneciado!) en no usar la violencia, aunque ésta se haya enseñoreado del país.
El México bronco ya está empezando a salir y se manifiesta en la desesperación de ciudadanos, que piensan en hacerse justicia por su propia mano. Y eso ya está llegando a Veracruz, por el sur.
¡Cuidado!
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