Por primera vez en la historia castrense de México, excepción hecha del movimiento armado de 1910, los soldados son vejados, ofendidos, lastimados en sus valores patrios y despreciados al dejar de ser garantes de la seguridad de los mexicanos y depositarios exclusivos de las armas nacionales.
Las últimas revelaciones de lo que en realidad sucedió en Ayotzinapa, terminó por dividirlos tras el maquillaje de la verdad gestada por López Obrador, quien desde que se reabrió la investigación sabía que los 43 estudiantes muertos desde septiembre de 2014, había sido orquestada por mandos militares aliados a grupos criminales.
En su columna publicada en Reforma el sábado anterior, la periodista Peniley Ramírez, refiere que “Casi todos los 43 normalistas que desaparecieron el 26 de septiembre de 2014, fueron asesinados, descuartizados y enterrados esa misma noche”.
“Los criminales de Guerreros Unidos pensaron en quemarlos, pero eran muchos cadáveres y cambiaron de opinión. Se los repartieron. Cada grupo criminal se deshizo de los restos a su cargo como pudo”, publicó.
Peniley muestra asimismo mensajes donde se comprueba que el Ejército tuvo que ver en custodia a seis estudiantes que estuvieron vivos hasta el 30 de septiembre de 2014 en una bodega de Pueblo Viejo, para después asesinarlos y desaparecerlos.
“Varios de los cuerpos fueron movidos al interior del Campo Militar del 27 Batallón de Infantería, en Iguala, pues ‘allí no entraba nadie”, señala la periodista en su hilo de Twitter.
Ello a la par de las 20 órdenes de aprehensión giradas en contra de altos mandos y tropa militar por lo mismo, el caso Ayotzinapa, que han provocado el encono de las cúpulas en la Secretaría de la Defensa Nacional.
Fue tanta la molestia por las acusaciones, que consideran injustas, que desde la Sedena hubo presión para que las órdenes de aprehensión no fueran solicitadas por la Fiscalía General de la República o que se desistieran de las acusaciones.
El propio general Crescencio Sandoval llegó a plantearle el tema a López Obrador y a externarle al presidente su inconformidad por la forma de actuar del subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas en contra del Ejército, la negativa fue tajante.
La molestia castrense se acrecentó al resultar imperdonable el ingreso violento de manifestantes al Campo Militar No. 1 de la Ciudad de México, la instalación más importante y emblemática del Ejército mexicano, donde jóvenes encapuchados destruyeron los accesos, pintarrajearon y tiraron letreros y lograron penetrar al territorio castrense.
Hoy, en el marco de la conmemoración de los ocho años de la tragedia de Ayotzinapa, el ambiente está cada vez más caliente, los padres de los normalistas siguen sin convalidar ni aceptar del todo el informe con las nuevas investigaciones.
Mientras que los militares, que tanto poder acumulan hoy en el gobierno, están molestos por las acusaciones penales en su contra y porque el “salpique” de poder y dinero a los mandos militares es sesgado.
La informidad entre el grueso del ejército, pilotos y marinos es por el caudal de privilegios –dinero y posiciones de mando- entregados a un localizado grupo afín al general Secretario de la Defensa Nacional, Luis Crescencio Sandoval, dejando fuera a importantes mandos.
Centroamérica y los países del cono sur como Chile, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina, y la misma Venezuela, han dado muestras en el pasado de las caídas de las juntas militares o dictaduras en el poder, al producirse rebeliones desde el interior de los cuartes o zonas militares alejadas de los centros de poder militar.
En Sedena hay división, efervescencia y una gran molestia al perderse el respeto a la institución más respetada y temida desde que la Revolución se bajó del caballo.
La violencia es el signo de nuestros tiempos.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo |