Aquel nombramiento fue aprobado y apoyado por la oligarquía mexicana, ligada políticamente al grupo Atlacomulco, en el estado de México, al ala ultraconservadora de la iglesia católica mexicana y conformada por la crema y nata de los multimillonarios en el país.
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Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo encabezaron el rompimiento interno del PRI que a la postre conduciría a la muerte del partido tricolor, 35 años más tarde: el 4 de junio del 2023, al perder la gubernatura del Edomex.
La de Cárdenas se reconoce como una figura política de centro izquierda, pero en el caso de Muñoz Ledo estamos ante un acomodaticio perenne.
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Un joven Andrés Manuel López Obrador se sumó a la llamada corriente democratizadora del PRI, partido del que fue militante durante varios lustros.
Seis años más tarde, al corresponderle elegir a su relevo, Salinas de Gortari eliminó a su “hermano político”, el centro izquierdista y moderado Manuel Camacho Solís y optó por su hijo político: Luis Donaldo Colosio.
Colosio era desconocido en el ámbito nacional, su formación era tecnócrata como la de su padrino político sólo que, a diferencia de Salinas de Gortari, no provenía de una familia económica y políticamente poderosa al más alto nivel.
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El rompimiento interno del PRI en 1988 abrió un proceso democratizador imposible de frenar en México.
El candidato priista de 1994 realizó su propia lectura, sintió el rechazo popular creciente hacia su partido y optó por asumir una posición política arriesgada: de la continuidad del modelo neoliberal destinado a continuar con la privatización radical de toda la economía, Luis Donaldo pasó al célebre discurso del 6 de marzo; donde se acordó de los pobres y levantó ámpulas entre quienes lo habían colocado en la antesala del poder presidencial.
La respuesta fue contundente: lo asesinaron.
Carlos Salinas de Gortari y la oligarquía colocaron un relevo gris, en apariencia manipulable, tecnócrata cien por ciento e ideológicamente convencido -hasta la fecha- de la teoría de Milton Friedman según la cual el libre mercado genera riqueza y abre automáticamente las puertas del dinero a todos los estratos sociales.
Ernesto Zedillo Ponce de León, derechista sin tapujos, llegó al poder y dejó contentos a quienes mataron a su amigo Luis Donaldo al continuar con la política neoliberal.
Eso sí, la terrorífica devaluación de 1994 –“el error de diciembre”- fue suficiente para el rompimiento entre el nuevo presidente y su antecesor.
Durante 29 años, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo de León se han acusado mutuamente de colapso que destrozó la economía de millones de mexicanos, desnudó abruptamente las contradicciones teóricas de la escuela de Chicago, hundió más al PRI y fortaleció el camino para el arribo de la democracia.
Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano dio la pelea nuevamente durante los comicios del 1994 y el año 2000.
La suya, es la emblemática figura de izquierda que no pudo llegar a la silla, pero elevó la lucha por esa meta a grados insospechados luego de 70 años de “la dictadura perfecta” (Vargas Llosa dixit).
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El modelo neoliberal continuó; la oligarquía política y económica afianzada con acuerdos desde la ultraderecha, se mantuvo en el poder durante tres sexenios más con la suma de la docena trágica -los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón-, así como el retorno del PRI vía Enrique Peña Nieto.
Andrés Manuel López Obrador tomó la estafeta de Cárdenas Solórzano e igual que el hijo del general luchó en tres ocasiones para conducir a la izquierda al poder, por primera vez desde una posición opositora al régimen.
La tercera fue la vencida y AMLO accedió a Palacio Nacional durante el 2018, montado -en buena medida- por el fracaso estrepitoso del modelo macroeconómico denominado neoliberalismo; por el avance democrático de México a lo largo de tres décadas; por la corrupción convertida en estructura del Estado mexicano, así como la violencia creciente a partir de la salida del ejército a las calles -diciembre del 2006- para enfrentar a un crimen organizado generador de elementos de Estado paralelo.
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Ante este panorama, donde la democracia mexicana no ha vivido un enfrentamiento por el poder entre figuras izquierdistas, el 2024 podría convertirse en el primer año electoral que herede tal impronta.
En el espectro ideológico, el PRI ha muerto y le sobrevive un número relevante de militantes capaces de sumar una cauda importante de votos a la alianza que “pague con brillantes su pecado…”
El PAN dejó de ser un partido de la derecha clásica para evolucionar a un conjunto de cofradías codiciosas y vergonzantes.
Del PRD no hay nada por decir; no existe.
El MC es un partido émulo de su creador: convenenciero, oportunista, basado en la habilidad para olfatear zanahorias trienales y sexenales, locales y federales.
Eso es Dante Delgado, un político pragmático para quien la moral es un árbol que da moras, como lo ilustró el gran “héroe del caciquismo nacional”: Gonzalo N. Santos.
La fuerza del MC se ubica en las gubernaturas de Nuevo León y Jalisco, ambas de corte derechista.
Pese a ello, Dante Delgado no tendrá el menor empacho en ceder las siglas de su partido a un morenista desencantado por el resultado de las encuestas en septiembre próximo.
Claudia Sheinbaum es una mujer de izquierda pura, decantada hacia el radicalismo, pero ubicada actualmente en el centro izquierdismo.
Marcelo Ebrard es un hombre de centro izquierda, demócrata, de corte conciliador.
Adán Augusto…Ah, sí, el notario López Hernández; bueno, es tabasqueño.
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Podría darse el caso de dos izquierdistas disputando el poder en México, por primera vez dentro del periodo reciente de la historia nacional; digamos desde 1940 a la fecha.
Todo depende de las encuestas, del dedo presidencial…y de Marcelo. |