Las precampañas que han terminado se enfrentan en la discusión entre la continuidad o no de la visión gobernante, irreductible y absoluta, que nos ha llevado a la ruptura de ideas de tolerancia y convivencia. Un proyecto de nación que enarbola la hipócrita pureza de la causa del pueblo que vota por ellos, mandando al cesto de la basura a millones que no les votan, que no coinciden y que por ello son acusados de antipatriotas, de conservadores y de estar contra el pueblo.
Tiempo de intercampañas. Un espacio para entrar en la recta final del 2 de junio y sin embargo la discusión nacional continúa con los problemas de los ejercicios públicos de la mal llamada transformación. El gravísimo problema de la violencia, que se encuentra totalmente fuera de control, se acentúa en todas sus crudas manifestaciones, más allá del discurso negacionista del presidente, que provoca lecturas de indiferencia, ineficiencia y/o complicidad, pues su estrategia no ha servido o ha quedado demasiado a deber.
Los problemas son múltiples y muy complejos y sin embargo se muestran peores por esa actitud que pasa de la conformidad a la desvergüenza de las excusas que buscan ocultar sus incapacidades. Solo es evidente el refugio de sus programas sociales que ocupan, como en el pasado que tanto critican, como palanca clientelar y de coerción para quienes los reciben.
Concluye la primera etapa del mayor proceso electoral de nuestra historia. Para muchos marca la disputa por los principios democráticos con la posibilidad de reencontrarnos en la pluralidad y de nuevas esperanzas o sumirnos en el horizonte del pensamiento único, una continuidad basada en la exclusión del respeto a las diferencias y la persecución de la pluralidad.
Han cerrado los primeros pasos de esta carrera hacia el 2 de junio.
Ha quedado claro que así pudiéramos, pese a todo, seguir avanzando y lograr el objetivo de una participación suficiente y comprometida con los valores democráticos que aleje los fantasmas del miedo, la violencia y la coerción. Hemos visto que aún con los contratiempos surgidos en cada equipo, con las confrontaciones acidas y las escaramuzas de las intolerancias y las rispideces y pese a la agresión y sitio de las instituciones electorales que buscan minar en la certidumbre del procedimiento, muchos de los actores políticos, pero más aún, la mayoría de la sociedad han podido apostar por la civilidad y la paz.
Y tal vez lo más significativo que hemos observado en estas precampañas, es que la incertidumbre democrática de los resultados ha ido ocupando su asiento en esta contienda, desapareciendo la certeza del “arroz cocido” que quisieron sellar al inicio del proceso.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Claudia puede ir a donde quiera. Pero ¿podrá decir lo que quiera?
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