Ante la falta de información precisa, quienes comentamos el hecho nos fuimos con los elementos que pudimos saber u obtener. Por lo que declaró, en parte la especie era cierta: sí hay vacantes en el PJ y el gobernador pretende llenarlas con la aprobación de la diputación local.
Le encuentro tres lecturas al hecho: una legal, una política y una institucional-amistosa, las dos últimas permeadas por la congruencia de la que da muestras el diputado oriundo de Hueyapan de Ocampo.
El pasado 11 de diciembre, en uno de sus artículos, Parlamento Veracruz, que publica en sus redes sociales y en diversos medios con periodicidad y que tituló “Lealtad”, se proclamó cuitlahuista hasta las cachas, “Tenga o no tenga yo un cargo”.
Su artículo lo acompañó con una fotografía de 2018 en donde se le ve sentado a la mesa de un café en el puerto de Veracruz con el entonces candidato a gobernador. Destacó que compartía la foto porque significa mucho para él.
Narró que ese día cerró con Cuitláhuac su “acuerdo político más importante… con dos frapuchinos”, pues lo convenció de que fuera candidato a diputado local por el distrito de San Andrés Tuxtla, cuando él no quería, ya que entonces “andaba medio de capa caída… tristón” porque antes había perdido la alcaldía de Hueyapan y había decidido no participar más en política.
En su texto preguntó entonces qué significa lealtad. “Para algunos, como yo, significa el sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos”. Transcribo:
“Siempre he dicho que la primera lealtad que debe existir es hacia uno mismo. A tus principios, a tus valores, a tus ideales, porque si no eres leal a ti mismo, ¿cómo puedes ser leal a un amigo, a un partido político o hasta tu equipo de fútbol?
También, que la lealtad es básica en la política y en la vida, porque nos pone a cada quien en el lugar que merece. Porque nos ayuda a estar siempre en paz con nuestra conciencia, tranquilos de que se hace lo correcto y de que no le fallas a un amigo o a ti mismo”.
Puso como su “referente y ejemplo” de activismo político a Cuitláhuac, de quien reconoció que siempre ha recibido apoyo y “con quien siempre trabajo coordinado a pesar de la separación de Poderes”. Afirmó que es el mejor gobernador que ha tenido Veracruz en las últimas décadas.
Proclamó entonces: “Por eso, ¡yo soy cuitlahuista! Tenga o no tenga yo un cargo… Lo digo, porque lo tengo que decir. Para que a nadie se le olvide de dónde venimos y cómo crecimos. Lo digo para reafirmar que de este lado hay un cuitlahuista, que soy yo: Juan Javier Gómez Cazarín. Así como no dejaré de amar a mi familia, de ser morenista y de ser americanista, siempre seré cuitlahuista hasta los huesos”.
El mero día de La Candelaria, ollas de tamales de por medio, las circunstancias pusieron a prueba su congruencia, y la pasó.
Mientras ofrecía una tamaliza al personal del Congreso, declaró que, en efecto, hay ocho vacantes en el Poder Judicial y que (aspecto legal) “corresponde al gobernador Cuitláhuac García nominarlos y es potestad del Poder Legislativo, de los 50 diputados locales, ratificar la votación por mayoría”.
Aseguró (aspecto político) que no había intromisión de Rocío Nahle ni de algún secretario o exsecretario, y fue contundente (defensa de su autonomía): “como presidente de la Junta de Coordinación Política no lo permito. El tiempo que esté aquí no voy a permitir que nadie venga a querer mandar en el Congreso”.
¡Uf, uf y recontra uf!
Dadas las circunstancias políticas por la transición que se avecina, cuando hay de hecho candidata oficial a la gubernatura y posible relevo y cuando el gobernador está de salida, no lo pensó dos veces: optó por la ley, por el lado institucional y honró la amistad: le dio el lugar que le corresponde a Cuitláhuac, el mismo que lo convenció de que participara en política y que le abrió un derrotero político que nunca se imaginó y que lo ha de marcar para toda su vida.
No mordió la mano a quien se la tendió ni intentó con lenguaje rebuscado quedar bien con Dios y con el diablo (o la diabla) en un intento por agarrar hueso en el gobierno que viene; no se le tiró al piso a la zacatecana para querer agradarle dejándole la posibilidad de que fuera ella la que intentara imponer a los nuevos magistrados y le marcó muy claramente la raya: la decisión le corresponde al gobernador constitucional y solo al gobernador, a nadie más, y mientras él esté ahí, “no voy a permitir que nadie venga a querer mandar en el Congreso”.
Cabía, cómo no, la posibilidad de una negociación política: que Cuitláhuac propusiera nombres pero que se consensuara con Rocío, como una cortesía política pero también para que ella decidiera con quiénes quiere gobernar en caso de triunfar. No, dijo Juan Javier en forma tajante. Optó, pues, por melón y no por sandía.
Sin duda, al decir lo que dijo debió tener presente que le puede costar un futuro cargo, pero su decisión y su declaración nos puso ante una rara avis, un político como ya casi no hay, congruente, leal, que antepone la amistad al oportunismo, un hombre confiable, pues, de esos con los que el indígena gusta tratar porque “yo sé con quién lo palabro”.
Qué momento más oportuno en el que se pronunció como se pronunció, cuando su amigo el gobernador va ya en caída libre y pronto se quedará sin poder y cuando más necesita y va a necesitar el calor de quienes de verdad son sus amigos y lo quieren de verdad. Cuánta diferencia con quienes se dicen cuitlahuistas y andan atrás de Nahle, así les pongan rejas metálicas de por medio para que no pasen, buscando que les permitan brincarse a su barco para, ya una vez arriba, proclamarse nahlistas al grito de “¡Muera el rey, viva la reina!”. |