—Pues yo no tengo otros datos, sino que tengo estos que te voy a referir. Cuando me dices que la sociedad es indiferente a los procesos electorales, debo recordarte que desde el año 1994 el presidente en turno no ha podido poner a su sucesor, y ha habido una transición tras otra, movidas muchas veces por el voto popular volcado en las urnas. Salinas de Gortari no pudo dejar a su sucesor porque se lo asesinaron; el favorito de Zedillo perdió ante el candidato formidable que fue Vicente Fox; Felipe Calderón se hizo candidato del PAN contra la voluntad presidencial y al final de su mandato perdió ante el priista Peña Nieto, y éste le tuvo que entregar la banda nacional a López Obrador.
Mi interlocutor empezó a hacer una cara como de muina, porque se fue dando cuenta de que esta vez le estaba ganando la partida. Sin embargo, digirió como pudo la andanada de razones, y siguió escuchando, serio y sin réplica.
—Date cuenta, querido amigo —continué—, de que llevamos 30 años de transiciones en la Presidencia de la República, y que en todos los casos el mandatario que no pudo retener el puesto para su imposición usó toda la fuerza del Estado en favor de su partido, pero le ganó la ciudadanía. Así que no me digas que los mexicanos somos apáticos… y los veracruzanos menos.
Hice una pausa para poner en suerte a mi pensador amigo, y le completé:
—Porque en Veracruz ha pasado algo similar. Fidel Herrera fue el último que logró dejar un sucesor, porque Javier Duarte ni terminó siquiera su sexenio y le impusieron al candidato del PRI, que perdió con Miguel Ángel Yunes, y éste no logró que su hijo triunfara en la elección de 2018, no obstante que le echó toda su sapiencia a esa campaña. En todos esos casos, el voto mayoritario se decidió por la transición…
Y así convencí a mi amigo sapiente de lo que es la realidad en México y en Veracruz.
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