Pero -¡oh destino, oh Hades!- resultó que el par de botas no coincidía en el número: una era del 4 y la otra apenas del 3 y medio. Así que una bota le quedaba amplia y cómoda y la otra, apretada (o al revés, quizás: una le quedaba justa y cómoda y la otra, muy grande).
Pongámonos en los zapatos (o las botas) de nuestra protagonista: había hecho una inversión notable, tuvo que soportar los malos modos de la empleada que la (des)atendió, cargó la incómoda caja hasta su domicilio… y no obtuvo el resultado que esperaba. Cualquiera se desilusiona, o cuando menos se enoja brutalmente.
Hizo un verdadero esfuerzo para encontrar la paciencia que necesitaba, guardó las piezas desatinadas y decidió acudir al día siguiente para que le dieran el par correcto.
Llegó a la sucursal de Julio en tiempo y forma, se acercó al mostrador y comedidamente le hizo ver su error a la empleada desatenta. De entrada, ésta quiso echarle la culpa a la quejosa, pero ante la evidencia certera no tuvo más que admitir que había cometido una burrada.
Pero –¡oh destino, oh Hades!-, le terminó por decir que no tenían las botas que completaban ambos pares. O sea, que no había otra del 3 y medio y menos una del 4. ¡Y trató de que la clienta se llevara las botas tal cual! Seguramente pensó que un 50% de comodidad era un índice tolerable al caminar.
Para no alargar más, quedaron en la sucursal de Plaza Américas de devolverle su dinero, pero le informaron que sería a través de una transferencia bancaria. Y resulta que la negligente empleada se ha tardado en mandar la solicitud a los contadores de la empresa.
Han pasado 15 días, y es la fecha en que Julio no paga.
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