Entre las 6:30 y 7 de la mañana, nuestro protagonista despierta con gran exasperación por los rugidos del perro de su vecino de enfrente, un animalón desesperado y enojado porque tiene que vivir en una cochera en la que respira gases venenosos y no puede moverse y corretear tal cual es el sino de su raza.
El Señor K, que es un ciudadano que paga religiosamente sus impuestos y que tiene como divisa el respeto a sus congéneres, sobre todo los más próximos, ha intentado en muchas ocasiones dialogar con el amo del engendro para que haga algo al respecto, pero siempre le ha contestado con malos modos que el perrito está sano y por eso ladra… y que “le haga como quiera”.
Se nos olvidaba mencionar que el Señor K padece una enfermedad nerviosa que se llama Trastorno de Ansiedad Generalizada, que toma un tratamiento siquiátrico para cura el mal, pero que los ruidos afectan gravemente su recuperación.
A las 8 de la mañana, don K baja con su esposa a desayunar pero ese momento de refrigerio que debía ser un remanso de tranquilidad para preparar la jornada de trabajo resulta un verdadero infierno porque en la avenida de atrás establecieron indebidamente un taller de muebles y es la hora en que los maistros carpinteros echan a andar sus maquinarias inhumanamente ruidosas.
Ese escándalo se ve aumentado con la actividad de unos jardineros, que todos los días pasan para arreglar los patios de la vecindad; del arrollador estruendo de la motocicleta sin tubo de escape de un vecino, que está encendida religiosamente todas las mañanas durante 20 minutos; del sonoro rugir de una cortadora de azulejos que tiene caminando un albañil en alguna casa desconocida, y del zumbido atronador de la aspiradora de un lavacoches.
Acudió nuestro héroe ante las autoridades municipales para presentarles su problema de vecindad y ahí le dijeron que ellos no podían hacer nada, porque no podían hacer valer los reglamentos de buen gobierno puesto que eran antipopulares.
Y un funcionario lo terminó regañando y le dijo que mejor se fuera a su casa y se aguantara, porque en esa ciudad se vivía “bajo el imperio de la ley”.
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