Pero quien envió una señal clara del tono de interlocución que se tendrá fue el secretario de Gobierno, Ricardo Ahued Bardahuil. Su presencia no fue menor: es el mensaje de que todo diálogo político pasará por los canales institucionales y no por caprichos locales.
La gobernadora ha entendido que no basta con ganar elecciones, hay que gobernar y preparar el terreno para lo que sigue.
El 2027 marcará un nuevo ciclo electoral que podría consolidar –o fracturar– la hegemonía del obradorismo en Veracruz. Por ello, Nahle García ha comenzado a corregir errores cometidos en el pasado proceso electoral.
Lejos de encerrarse en triunfalismos, muestra autocrítica y redibuja el mapa del poder territorial con base en lealtades reales, resultados medibles y, sobre todo, rentabilidad política.
El mensaje fue contundente: cada presidente municipal será evaluado no sólo por su gestión, sino por su compromiso con el movimiento. La lógica es clara: política con resultados. Y es que el verdadero capital político se mide en votos, no en discursos.
La mandataria, en ese sentido, demuestra oficio al atraer a varios alcaldes electos provenientes del PAN y de otras fuerzas políticas. Es la construcción de una nueva mayoría desde lo local.
Nahle García no improvisa. Su apuesta es la consolidación del poder territorial que alimente al obradorismo en 2027, cuando se jueguen diputaciones locales, federales y la mitad del Congreso estatal. Para ello, no basta con tener siglas afines; se necesita estructura, disciplina y operación política.
Así, entre correcciones y alineamientos, Veracruz se prepara para una nueva batalla electoral. Rocío Nahle ha puesto en marcha el reloj de la sucesión intermedia, y con ello, la maquinaria de la transformación vuelve a girar, pero ahora con más control, más cálculo… y más poder.
Al tiempo.
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