Un libro así abriría interrogantes incómodas: ¿cómo se vivió desde dentro un gobierno atrapado entre Los Zetas y el Cártel Jalisco Nueva Generación? ¿Quiénes realmente negociaban, quiénes se enriquecieron, quiénes operaban en la sombra? ¿Cómo se deterioró la relación con Fidel Herrera Beltrán, su padrino político? ¿Y cuántos de los funcionarios señalados por corrupción —hoy prófugos, refugiados o protegidos en silencio— volverían a escena si Duarte decide exponer nombres, cifras y episodios?
La prensa tampoco saldría bien librada. Duarte conoció, cultivó y alimentó un sistema mediático que vivía de convenios millonarios. No pocos periodistas y empresarios de comunicación construyeron fortunas bajo su gobierno. Pero cuando cayó en desgracia, muchos de ellos se convirtieron en sus críticos más feroces. Ese capítulo, por sí solo, ya justificaría un tomo entero.
Si realmente ve la luz ese libro, serviría no para absolverlo —la historia no funciona como lavado de imagen— sino para comprender la descomposición del antiguo régimen y el contexto que permitió el ascenso de Morena. Porque detrás de cada delito imputado, detrás de cada omisión o exceso, existió también una sociedad permisiva que se acostumbró a vivir dentro de un sistema que funcionaba mientras no se movieran demasiado las piezas.
¿Sería un éxito de ventas? Sin duda. El morbo vende. Pero más allá de eso, sería un espejo incómodo. Y quizá por eso muchos temen que Duarte recupere su libertad: no tanto por lo que pueda hacer, sino por lo que pueda contar.
Al tiempo.
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