El discurso gubernamental insiste en que las demandas “ya fueron atendidas”. Sin embargo, los inconformes lo rechazan categóricamente y eso, por si no bastase, está a la vista de todos. Señalan que no existe ninguna solución real. Que los asaltos al transporte en las carreteras y autopistas del país van al alza y muchas veces, con la abierta complicidad de los cuerpos de seguridad que no hacen nada por evitarlos.
Este contraste revela un patrón recurrente: la simulación como estrategia de gobierno. Se construye un relato de atención y diálogo, mientras en la práctica se recurre a la coerción y el “garrote”, la descalificación y el desprestigio de quien ose manifestar desacuerdo con el régimen, negando además el legítimo derecho a disentir y pensar diferente.
Los alcances de esta manera de (mal) gobernar trascienden las coyunturas. Muestran un creciente y cada vez menos disimulado autoritarismo que ha ido escalando sus niveles de violencia y represión contra la población, a través de la criminalización de la protesta legítima. Irónico, viniendo de una facción política que arribó al poder tras décadas de protestar por todo, con o sin razón.
Lo sucedido con la marcha del #15N lo prueba de manera rotunda. El morenato en pleno se lanzó en una campaña de descrédito hacia los ciudadanos que marcharon ejerciendo su derecho constitucional a hacerlo, en protesta o en defensa por las causas que cada quien consideró justas y legítimas, pero con la violencia criminal como eje. El régimen los vilipendió, los satanizó, los estigmatizó y al final los violentó, los atacó, los reprimió y a varios los encarceló. El mensaje
no deja lugar a dudas: si te metes con el gobierno de la mal llamada “cuarta transformación”, pagarás las consecuencias.
Para reforzar su postura y “encapsularse” en su “burbuja”, la presidenta Sheinbaum se organizará su propia “fiesta” el próximo 6 de diciembre con una concentración masiva de autoelogio megalomaniaco, con la que pretenderán mantener su narrativa de “apoyo masivo” del “pueblo” al régimen. “Apoyo” para el cual dilapidarán cientos de millones de pesos en acarrear gente, pues como dice una conocida canción de José Alfredo Jiménez, “el cariño comprado ni sabe querernos ni puede ser fiel”.
Además, la idea es mandar otro mensaje: las únicas marchas “legítimas” son las nuestras. Cualquiera con otra motivación que no sea exaltar grotescamente al morenato, cualquiera que cuestione la versión de que el “pueblo” está “feliz” con quienes dinamitaron 30 años de transición democrática –luego de aprovecharse de la misma- y les demande cumplir con sus responsabilidades y obligaciones, será aplastado con todo el poder del Estado.
Díaz Ordaz y Echeverría estarían orgullosos de la presidenta con A… de autoritaria.
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