Responsable de las tareas operativas, desde que asumió el cargo seleccionó a 50 elementos, de los casi 5 mil con los que contaba la Secretaría, para conformar un "grupo élite". Buscó en cada expediente a elementos destacados por su capacidad, por su disposición y por su nivel de confianza. La intención era capacitarlos, dotarlos del equipo más avanzado y utilizarlos en las encomiendas más difíciles.
Apenas habían pasado 24 horas desde que fueron informados los 50 seleccionados, cuando ya 30 de ellos habían presentado su renuncia.
¿La razón?
Miedo y desconfianza. Tenían claro que les serían asignadas las misiones más peligrosas, y no existía confianza entre ellos. Nadie podía garantizar que el compañero de al lado no estaría cooptado por el crimen organizado.
Narraba el funcionario el nivel de infiltración que se encontró:
- Cambié en varias ocasiones de número de celular, y siempre, sin excepción, los bandidos lo conocían y se comunicaban conmigo. Recibí muchas amenazas. En una ocasión participé en una reunión con los mandos en Veracruz del Ejército, la Marina, la PGR, la Policía Federal y la Ministerial del Estado. Éramos muy pocos los presentes. Al salir recibí una llamada de un grupo delictivo, en la que me detallaban los acuerdos a los que habíamos llegado. ¡Lo sabían todo!
Contaba que en una ocasión llegó al cuartel San José de Xalapa (lugar donde se ubicaban sus oficinas) y recibió una llamada de Palacio de Gobierno:
- Me preguntaron si me encontraba bien. Les dije, extrañado, que sí. La respuesta fue contundente. Me dijeron 'Salte de ahí, nos llegó información de que van por ti'. Me estaban diciendo que un grupo armado iba a atacar el cuartel, sonaba increíble. No me fui, aunque sí puse en alerta a los elementos y reforcé todos los frentes. Al final, tal vez porque detectaron que no estaba desprevenido, abortaron el ataque.
Narró en varias ocasiones un abrupto encuentro con un grupo delincuencial. Su vehículo y los de sus escoltas fueron bloqueados y todos los elementos policiacos fueron encañonados. La instrucción era sólo hacerle llegar un mensaje y así como los interceptaron, se fueron.
Poco hablaba Arturo Bermúdez de su familia. Cuando se le inquiría al respecto, advertía que procuraba mantenerla ajena a su trabajo, por los riesgos que éste implicaba.
De los negocios y empresas que en fecha reciente se han mencionado, desde hace muchos años se comentaba. Nadie confirmaba de manera oficial, pero tampoco lo negaban. Las empresas de seguridad, la escuela de idiomas, los hoteles y restaurantes eran los negocios más conocidos.
En la carta que hizo circular el propio exsecretario de Seguridad Pública asegura que sus bienes están detallados en sus declaraciones patrimoniales, y que se hizo de ellos con sus ingresos como servidor público y con lo que le generaban sus otras empresas, además de la contratación de créditos.
Serán las autoridades las que confirmen sus dichos o lo desmientan. Por lo pronto, su renuncia era obligada.
Los que conocieron de cerca a Bermúdez Zurita lo describen como un policía obsesionado con su responsabilidad, con un arrojo y valor destacables, pero no dejan de advertir que es un hombre al que hay que temerle, por su carácter y por esa parte oscura de sus funciones, que nadie se atrevía a indagar.
Hoy es un ciudadano, un próspero empresario que deberá enfrentar la acción de la justicia.
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