A pesar de la anulación de la elección de la diputación local en el distrito de Cosoleacaque, misma que tendrá que ser repuesta, es un hecho que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) tendrá una representación política el próximo bienio que le colocará en una posición de privilegio en la entidad.
Con entre 13 o 14 diputados en la LXIV Legislatura (dependiendo de lo que arrojen los cómputos finales de los comicios, tras el desahogo de impugnaciones), Morena se convertirá en la bisagra, en el fiel de la balanza para que prácticamente cualquier cosa camine en el Congreso del Estado.
Aun cuando la alianza electoral entre Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática se extienda y mantenga en el plano legislativo, no les alcanzará para obtener ni siquiera mayorías simples, mucho menos calificadas. Así que para echar a andar proyectos, iniciativas y nombramientos que requieran pasar por la aduana del Congreso local, el nuevo régimen necesitará forzosamente negociar con los diputados de Morena y, más que nada, con el único dirigente real de ese partido, Andrés Manuel López Obrador.
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Y no se ve por dónde vaya a darse un punto de encuentro o coincidencia. Este fin de semana, López Obrador estuvo en el puerto de Veracruz para una reunión plenaria de sus diputados federales, y aprovechó para arremeter en contra del gobernador electo Miguel Ángel Yunes Linares, a quien llamó corrupto y equiparó con el gobernador saliente, Javier Duarte de Ochoa, de quien a su vez, hizo apenas un leve escarnio, sin entrar de fondo en ninguno de los graves problemas que aquejan al estado de Veracruz.
Precisamente ése es el problema. Morena privilegia exclusivamente la agenda de su dirigente nacional y líder espiritual, dejando de lado absolutamente todo lo demás. Cualquier tema que no abone a sus particulares intereses o visiones de la realidad, es soslayado por el lopezobradorismo, que encapsula su discurso en el combate a la corrupción y en una supuesta austeridad como la “fórmula mágica” para resolver todos los problemas del país, que son definitivamente mucho más complejos que eso.
Por ejemplo, baste ver la actitud de los dirigentes, de los diputados federales y de los legisladores locales electos de Morena en relación con la reforma antiaborto aprobada por el Congreso del Estado y ya ratificada por la mayoría de los ayuntamientos veracruzanos. Absoluto silencio, ni una palabra al respecto, ni un pronunciamiento, con todo y que éste es un tema importante de la agenda de la izquierda, a la que este partido, supuestamente, pertenece. Aunque la realidad es que López Obrador es un hombre ultraconservador que de izquierdista sólo usa el membrete.
Y como en este tema, la actuación de Morena puede ser muy diferente de lo que sus electores esperan si la coyuntura así lo precisa. Al grado de que si conviene a sus cálculos políticos, no dudarían en paralizar legislativamente a la siguiente administración estatal, máxime si, como lo señalaron los propios priistas y lo han reiterado -al parecer con amplio conocimiento de causa- articulistas ligados al régimen, existe un acuerdo con el fide-duartismo, como fue evidente durante la campaña electoral en la que, de acuerdo con lo publicado en su columna por el periodista Filiberto Vargas el pasado 17 de julio, se proveyó de millonarios recursos a este partido: de 430 millones de pesos fue la ministración previa a la jornada del 5 de junio, aseguró.
Quienes piensan que Morena será el defensor de las causas progresistas y de la aplicación de la ley en contra de los saqueadores del estado, podrían llevarse un gran chasco. En esos tópicos, el lopezobradorismo puede ser más reaccionario que la derecha panista. E incluso, más convenenciero que el PRI.
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