No se puede compartir la misma opinión (aunque tengan derecho de expresarla bajo el manto de la libertad de expresión) de la condena a la comunidad gay por parte de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica, así como a sus subsecuentes críticas en contra del matrimonio igualitario, la adopción, entre otras lindezas.
En pocas palabras, la Iglesia Católica carece de autoridad moral, históricamente, para juzgar y se supone que no debe hacerlo, según su libro favorito y más vendido en el mundo: “7:1 No juzguen, para no ser juzgados. Lucas 6, 37 Romanos 2, 1… 7:2 Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes. Marcos 4, 24 Lucas 6, 38… 7:3 ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?... 7:4 ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Deja que te saque la paja de tu ojo", si hay una viga en el tuyo?... 7:5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. (Evangelio de Mateo, capítulo 7)”.
Tampoco se puede decir que todo en la Iglesia Católica, como en la comunidad LGBTTI, es malo: hay ejemplos de sacerdotes comprometidos con sus feligreses, son luchadores de derechos humanos y críticos de sus propias estructuras. Somos testigos de ello en la comunidad La Patrona.
No obstante, parece excesivo el que este jueves se hayan dado a conocer las presuntas preferencias sexuales de jerarcas católicos (entre los que destaca el nombre del Arzobispo de Xalapa, Hipólito Reyes Larios) especialmente si este tipo de prácticas se ejercen en la vida privada.
Durante mucho tiempo, especialmente en el ámbito político, la mayor revelación mediática para generar escándalos era filtrar que ciertos enemigos políticos y funcionarios de gobierno eran homosexuales “de closet” (como si la vida privada en el servicio público en realidad fuese tan secreta); que se le atribuían encuentros con jovencitos o que era una mujer lesbiana o “marimacha”. Prácticas dolosas, ataques muy denigrantes a una persona, más allá de la calidad del ser humano señalado.
Actualmente pareciera que dichos ataques ya no funcionan tanto. De hecho el decir que una persona es homosexual ya no surte el mismo efecto de antes, donde reinaba una sociedad “mocha”, pero que a la larga fue flexibilizando y permitiendo espacios para la comunidad LGBTTI. La misma Amaranta, como activista de dicho grupo, reconoció que era un avance, por ejemplo, el que existiera un propuesta presidencial para matrimonios igualitarios al respecto, aunque faltara mucho por seguir en su lucha.
Pero el asunto ahora es preguntarse si lo avanzado en dicha cruzada no se verá empañado por una situación de invasión hacia la intimidad o vida privada de los curas, independientemente de si este tipo de imputaciones sean verdad o no. Y es que si bien algunos sectores de la Iglesia Católica condenan dogmáticamente y con índice de fuego a la comunidad LGBTTI, la respuesta de éstos parece ser peor, cayendo casi al mismo nivel de decir que ser sacerdote homosexual es malo.
Es decir, se supone que gran parte de la lucha de la comunidad gay es precisamente quitar los prejuicios, desaparecer los estereotipos de los homosexuales, hacer conciencia de no ridiculizarlos por su condición, preferencia y orientación. No satanizarlos falsamente como violadores y asesinos.
Pero ahora la misma comunidad LGBTTI (o al menos un sector muy radical) ha estado optando por hacer lo mismo con quienes fueron sus verdugos por mucho tiempo, y la radicalización --muy peligrosa-- de sus acusaciones han decaído en precisamente hacer estereotipos de sacerdotes como violadores y homosexuales de closet.
Creo que lo más sabio es decir “Cada quien hace de su koolo un papalote”; y si en este caso los sacerdotes están faltando a sus votos sagrados junto a mayores de edad, ya quedará en el castigo divino o en la determinación de las presuntas víctimas para actuar judicialmente en contra de sus presuntos violadores.
Hoy existen las instancias para ventilar asuntos de tal naturaleza, y si bien la cúpula católica no deja de tener una influencia importante en el poder, bastante se ha avanzado también en medios de comunicación, mínimo, para revelar estos señalamientos, especialmente si se ven involucrados menores de edad, que es en contra de la ley.
Por el momento, la sola idea de atacar a la Iglesia Católica haciendo una acusación tan ligera como la de que existen curas gay, puede resultar contraproducente; caerían casi al mismo nivel del Vaticano cuando expulsó a Krzysztof Charamsa, el sacerdote polaco que confesó abiertamente su homosexualidad y hasta presentó a su pareja, por lo cual fue castigado y suspendido.
O tal vez esos que quieren confrontación con la Iglesia simplemente deban recordar que la mayor parte de este país sigue siendo pagano, guadalupano, católico y ultra religioso. Lesbianas y gays, incluidos, porque “se supone que todos somos hijos de Dios”, como diría el buen Alex Lora. |